El Criticón

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Captain Fantastic


Captain Fantastic, 2016, EE.UU.
Género: Drama, comedia.
Duración: 118 min.
Dirección: Matt Ross.
Guion: Matt Ross.
Actores: Viggo Mortensen, George MacKay, Samantha Isler, Annalise Basso, Nicholas Hamilton, Shree Crooks, Charlie Shotwel, Kathryn Hahn, Steve Zahn, Frank Langella, Ann Dowd.
Música: Alex Somers.

Valoración:
Lo mejor: La propuesta inicial sorprende prometiendo un ensayo inteligente y sensible sobre modos de vida alternativos. El reparto está muy bien, sobre todo teniendo en cuenta que son niños muy jóvenes.
Lo peor: Se desinfla a partir de su ecuador para acabar como un melodrama típico de Hollywood con los mensajitos de siempre.
El título: Sigo sin entender cuál es la normativa o estilo que siguen para traducir unos títulos y otros no, por fáciles que sean.

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Captain Fantastic ha tenido una vida en cines prácticamente inexistente a pesar de conseguir buenas críticas por los innumerables festivales por los que ha pasado (empezando por Sundance y Cannes) y de que los espectadores que la han ido viendo la ponían por las nubes, de hecho tiene más votos y notas que muchas películas comerciales, así de bien ha funcionado por internet y el mercado doméstico con el boca a boca. Un 7.9 con cien mil votos en la IMDb y un 7.5 en Filmaffinity con casi veinte mil no es poca cosa. Por comparar, Moonlight, obtiene cifras semejantes, aunque con menos nota, a pesar de haber sido apoyada por la industria a lo grande, con buena distribución, publicidad y numerosos grandes premios (incluyendo Oscar a mejor película, guion y actor). De hecho, si no fuera porque Moonlight toca un tema muy tabú, hubiera pensado que Captain Fantastic no tuvo el favor del gremio por partir de una temática polémica. Sí, Viggo Mortensen arañó una nominación a mejor actor en los Oscar y los Globos de Oro, pero da la impresión de que es compensatorio, como diciendo «veis, tenemos en cuenta a todas las películas». Así que no entiendo por qué dejaron tan de lado a una cinta muy vendible de cara el gran público y que en el fondo tiene mucho de lo que gusta en los festivales de premios principales. Resulta entretenida y simpática, tiene un reparto capaz de conmover y, sobre todo, mezcla una idea vistosa con un envoltorio de drama prefabricado, es decir, parece nueva sin salirse del rango intelectual y emocional vigente.

Y ahí está la clave. Con tan buena recepción popular tenía que haber supuesto que no era una propuesta tan inteligente y rompedora como prometía, que la masa de espectadores sólo recibe con tanto entusiasmo obras fáciles de digerir y que les dicen a las claras lo que pensar y sentir. Vamos, que está en la línea de Juno o Little Miss Sunshine y otras tantas que van de subversivas pero en el fondo abordan los mismos argumentos y clichés moralistas de siempre. Es otro amago de mostrar una opción de vida alternativa con inteligencia y sensibilidad que acaba decantándose por el drama fácil y maniqueo (empeñado más en forzar una emoción que en llegar con naturalidad) que en el fondo alaba la vuelta a la normalidad establecida: la familia clásica, la aceptación de la sociedad normalizada, los finales felices improbables.

La premisa es muy jugosa. Unos padres han decidido criar a sus hijos en plena naturaleza, huyendo de la sociedad capitalista que sólo genera esclavos del dinero y adictos a placeres banales. Y no hablamos de mormones o paletos montañeses (hillbillies), lo habitual en Estados Unidos en lo que se refiere a culturas o sectores apartados de la sociedad por iniciativa propia o fruto de la pobreza, sino de una pareja muy culta que va en un plan anarquismo comunista. Educan a sus hijos no sólo para vivir del fruto de su trabajo en la naturaleza, sino para rechazar todos los males del capitalismo; más que críticos son beligerantes, pues parecen preparar a los niños para una revuelta armada si llegan a tratar de impedirles su forma de vida. Pero tampoco descuidan su educación, enseñándoles un amplio rango de materias: ciencias, historia, literatura y política.

Sí, es un poco chocante que quieran vivir al margen de todo y les inculquen tanto sobre el mundo que detestan, y más si no planean volver a integrarse. Y tampoco me convencía que estuvieran todos los chavales siempre tan limpios, y más concretamente que las chicas que están en la adolescencia estuvieran perfectamente depiladas (cejas y piernas, al menos). Pero son pegas menores ante una propuesta inesperada, porque no todos los días se ve una película nacida en EE.UU., aunque sea en el circuito independiente, con alabanzas al pensamiento crítico, al ateísmo (aunque algo de budismo también), a diversas formas de comunismo y, sobre todo, claramente antisistema. Todo se expone a través un discurso que se presenta valiente e inteligente, donde destaca el tono ligero con toques de comedia, que suaviza hábilmente estas posturas para le entren mejor a la masa de espectadores, como señalaba no dada a pensar por cuenta propia y por lo general conservadora.

Conforme surge el punto de conflicto que hace tambalear su mundo llegan los choques culturales, bien exprimidos gracias a una combinación de drama verosímil (todos los problemas externos y los conflictos internos que surgen con el cambio llegan con intensidad), humor ágil (algunas veces un tanto gamberro: demencial el día de Noam Chomsky), de sensibilidad (todos caen bien, entendemos su punto de vista tan radical), y sobre todo por las muchas lecturas que van dejando. Los chicos están mejor preparados que los fracasados que pare el fallido sistema educativo, o más bien la fallida sociedad… pero a la vez son unos inadaptados en convivencia social y relaciones emocionales. La torpe incipiente relación amorosa del adolescente y el contraste con los hijos de la tía que vive una «vida normal», adictos a los móviles y videojuegos, son situaciones que se ven venir, pero se materializan con mucha naturalidad y hacen pensar y entender y sentir lástima en ambos sentidos. Pero además hay otras muchas anécdotas que van mostrando su vida con ritmo y manteniendo un nivel de interés y simpatía bastante alto.

La dirección es un tanto básica, pero la cámara en mano y la fotografía tan luminosa funcionan muy bien a la hora de transmitir una vitalidad contagiosa. Los actores son esenciales también para establecer una buena conexión emocional: es impresionante cómo los niños, muy jóvenes la mayoría, transmiten tan bien las alegrías, las frustraciones y las penas. Eso sí, nominar a Mortensen a tanto premio me parece excesivo. La puntilla pone la música de Alex Somers y Jónsi, en plan Sigur Rós: etérea, mágica.

Pero a partir de su ecuador toma un rumbo más convencional, y no tarda en romper el hechizo para caer con rapidez en una gran decepción. El giro es tan marcado que parece que ha habido un cambio de guionista para que la película entrara por la fuerza en los cánones de Hollywood. Sé que no es así, porque si hubiera ocurrido habría sido para venderla mejor, pero es la sensación que me dejó, porque empieza prometiendo bastante y acaba como un vulgar drama comercial, con algunos segmentos sacados de un telefilme ñoño y otros tan manipuladores que me provocaron vergüenza ajena. No sé muy bien qué pretendía su autor Matt Ross (al que conocía por su trabajo como actor, sobre todo en multitud de series: Big Love, Silicon Valley…). Por un lado, parece una cinta claramente familiar con mensaje para todos, por el otro, mete desnudos integrales y «joder» y «me cago en Dios», lo que en EE.UU. garantiza inmediatamente vetar a los menores de dieciocho años. Si quería llegar a todo el mundo, dejar huella, remover conciencias, se podía haber ahorrado esos detalles más bien irrelevantes. No hacía falta tener el pene de Mortensen casi en primer plano para indicar que está desnudo, la lección de que el nudismo no debería ser considerado algo desagradable está clara aunque no se enseñe nada por debajo de la cintura. No puedes pretender concienciar a un espectro de la sociedad si el mensaje que mandas no va a llegar a sus canales de comunicación. Pero si la idea era dirigirse a los adultos, a padres que reflexionen sobre la educación de sus hijos, tampoco se entiende que termine, después de apuntar bastante alto, rebajando el tono intelectual hasta acabar en un típico melodrama familiar.

No puedo entrar en detalle para no revelar nada (me extiendo abajo), pero desde cierta ceremonia crucial, toda la inteligencia, sutileza y detallismo que iba mostrando se dejan de lado y toma partido por la manipulación emocional barata. Situaciones muy manidas, sensacionalistas o incluso retorcidas se acumulan, sobreexplotando una narrativa de postal, forzando escenas y planos supuestamente bonitos y conmovedores que dejan atrás no ya la seriedad y profundidad, sino hasta la misma coherencia y verosimilitud, pues los personajes cambian de formas de ser bruscamente y la credibilidad se tira por tierra para formar cada idílico momento.

Captain Fantastic empieza alabando el pensamiento crítico, entrar en el fondo de las cuestiones sin quedarse en la superficie, rechazar el estereotipo establecido… Pero acaba abrazando con fuerza todo lo contrario tanto en contenido (agacha la cabeza, haz lo que toca, espera que todo se arregle… cosa que ocurre por arte de magia) como en el continente (la puesta en escena forzando cómo debemos sentirnos). Además, ante esta situación me dio por replantearme algunos aspectos de la primera parte. El padre ya no me parece tanto un tipo inteligente pero exigente, sino más bien el líder totalitario de una pequeña secta que está adoctrinando a los chavales. Es decir, lo que me parecía humor a base de hipérboles (como el hijo diciendo que ahora es troskista) o métodos para mantener en forma a los chiquillos y alejarlos de los malos pensamientos (el entrenamiento, la escalada con que evita que sufran un trauma) ahora me vienen a la mente como partes del subtexto conservador: Ross parece decir que sólo se intentan apartar del sistema los que no están bien de la cabeza.

Queda un producto claramente realizado con intenciones comerciales, aunque no tuviera esa suerte en cines. Luminoso, amable, entretenido, con un amago intelectual y algunas buenas reflexiones en algunos momentos, pero su tramo final tan complaciente y almidonado echa por tierra las buenas sensaciones, dejando la película en un espejismo, uno de esos que gustan al público facilón: brillante por fuera, hueco por dentro.

PD: Los actores han posado en muchas fotos de las promociones enseñando el dedo medio. ¡Qué irreverentes! Qué postureo, más bien.

Alerta de spoilers: A partir de aquí describo a fondo todos los males de la parte final.–

El velo cae cuando el abuelo entra en acción. Es un villano de manual, de película Disney clásica. Cada diálogo que escupe es puro estereotipo, cada escena en que aparece es tan trillada y evidente que ya me olí todo lo que iba a pasar en adelante, y me lamenté porque una obra tan prometedora se vendiera con tanto descaro. Y efectivamente, los giros que van moldeando el relato llegan de manera demasiado obvia, inclinándose por remarcar un cliché o forzar el escenario pretendido más que en mantener la espontaneidad y autenticidad inicial. La hermana que tiene el accidente justo en el momento clave para poner las cosas difíciles. El padre que cambia de actitud repentinamente, cuando antes en cada decisión veíamos un proceso claro, y se rinde después de haber luchado tantísimo. Los niños, aunque algunos estaban hartos de esa vida y querían irse con los abuelos, de repente olvidan todos sus problemas y nuevas aspiraciones para seguir al padre otra vez, pero además lo hacen escondidos en un hueco enano del autobús con el que viajaban (pero cómo caben ahí), y para colmo salen justo en el momento en que más cursi podía ser la escena: ¡pero a qué esperaban para emerger, que el padre lleva viajando al menos un día! Y para rematar, después de tantas amenazas del abuelo, este no mueve un dedo ante esta fuga o rapto, porque no sabemos ni qué piensa, pues no vuelve a salir, el villano ya no es necesario, o mejor dicho, molesta en el final bucólico, así que lo omitimos sin disimulo.

En el desenlace entramos en una apoteosis de videoclips o anuncios relamidos hasta resultar horteras. ¿De verdad ha colado esta narrativa tan artificiosa, tan estudiada, tan manipuladora? A tenor de las críticas, evidentemente sí. A la incineración llegué asqueado más que decepcionado, pero acabé riéndome, porque no me lo creía. La canción que se montan alrededor del cuerpo de la madre mientras encienden el fuego, con el cadáver impoluto tras varias semanas enterrado, con el niño tocando la armónica como un auténtico genio (aunque en realidad canta un montón que finge soplar), todos saltando felices mientras el olor a carme quemada de mamá impregna el ambiente… Delirante. La estancia en la granja en teoría señala que han optado por un término medio en vez de irse de un extremo a otro, pero parece un anuncio de leche o cereales, tan bonito, tan falso… Y me dejo en el tintero las numerosas casualidades forzosas, como que los abuelos sean ricos en vez de unos jubilados que apenas tiran con la pensión, o lo improbable que es vivir tantos años en el campo (y más en condiciones tan exigentes) sin que los críos hayan tenido accidentes o enfermedades que hagan saltar las alarmas.

Viendo el panorama no me sorprende que no se cierren los conflictos abiertos ni se aborden los nuevos. Todo lo que ha pasado no ha dejado ninguna repercusión, nadie, ni siquiera el abuelo (¿sigue en sus vidas o no?), ha denunciado a un padre que se llevó por la fuerza a los hijos al bosque durante años, sin escolarización (¿sin vacunas?), sin pagar impuestos… Y el padre pega otro salto enorme sin que haya una evolución clara, aceptando ahora la escolarización tradicional a pesar de que la rechazaba por completo. ¿Pero qué le ha hecho cambiar, cuando precisamente había recuperado otra vez a los niños y la vida hippie que quería? Para creerme el desenlace se requerían escenas de transición mejor trabajadas, no saltar a soluciones visuales tan forzadas.