Cloud Atlas, 2012, EE.UU.
Género: Drama, ciencia-ficción.
Duración: 172 min.
Dirección: Tom Tykwer, Lana Wachowski, Lilly Wachowski.
Guion: Tom Tykwer, Lana Wachowski, Lilly Wachowski, David Mitchell (novela).
Actores: Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Doona Bae, Ben Whisawh, Hugo Weaving, Jim Sturges, Keith David, James D’Arcy, David Gyasi, Susan Sarandon, Hugh Grant.
Música: Tom Tykwer, Reinhold Heil, Johnny Klimek. |
Valoración:
Lo mejor: La puesta en escena es muy buena: dirección, efectos especiales, música y actores ofrecen un acabado llamativo y buen ritmo.
Lo peor: Un guion ambicioso pero fallido. Las historias ni conectan entre sí ni narran algo llamativo por sí solas, siendo más bien simplonas.
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Basándose en la novela homónima de David Mitchell (2004), la hermanas Wachowski y Tom Tykwer (dado a conocer con Corre, Lola, Corre -1998-) iniciaron la adaptación a pesar de que nadie creía que un libro tan largo y complicado pudiera trasladarse a la gran pantalla. Las Wachowski venían del batacazo de Speed Racer (2008), donde esperando repetir la buena racha de la trilogía de Matrix (1999, 2003) el estudio les dio libertad creativa y un montón enorme de dinero que dejó un buen agujero en sus arcas. Con ese panorama, el ambicioso proyecto que presentaron esta vez no fue aceptado por ninguna major, y acabaron mendigando de varias productoras europeas pequeñas, subvenciones del gobierno alemán y, cuando se acabaron los fondos, poniendo de su propio bolsillo. Se estima que costó 100 millones de dólares, aunque algunas fuentes lo elevan a 130, o sea, una buena superproducción. Recaudó en cines precisamente 130 millones, lo que significa que dio bastantes pérdidas, pues hay que contar distribución, publicidad, la ganancia de los cines… se estima que una película debe recaudar el doble de lo que cuesta para empezar a dar dinero.
Cabe pensar que la fama de las Wachowski (aunque por aquel entonces sólo Lana había salido del armario) y la publicidad gratis que se llevó por ser un filme tan peculiar movilizó a más gente de la que lo haría en condiciones normales: tres horas de ciencia-ficción rara no es algo muy vendible. La recepción crítica fue dispar, con gente amándola y odiándola a partes iguales. Pero, viendo el resultado, me sorprende que no se estrellara con contundencia y aún tenga firmes defensores. Su simpleza es exasperante después de tanto que alardea de ser algo grande y único, y su longitud desmedida. Como cinéfilo, no tengo problemas con que una obra sea lenta, rebuscada y tarde en cobrar sentido. Pero tras una hora de metraje y con otras dos por delante empiezas a dudar seriamente de que tanta exposición de vivencias personales sin un nexo común vaya a alguna parte. Si seguí adelante fue por su imponente aspecto visual.
Aparte de escribir el guion, las Wachowski y Tykwer se repartieron las labores de dirección. No es un hecho insólito, pues es habitual que en superproducciones haya varios equipos en marcha, pero por lo general a «la segunda unidad» se la infravalora, se le otorga a un don nadie como director, normalmente al encargado de planificar las escenas de acción, y no se le da mucho crédito. Pero aquí estaban los tres realizadores al mismo nivel. Habiendo seis historias parece fácil repartirse el trabajo, pero en realidad es lo contrario. Hay muchos factores en juego para mantener el mismo estilo narrativo, y más teniendo en cuenta las distintas épocas y ambientaciones. Y el lío en la sala de montaje tuvo que ser arduo también. Pero parece que la dificultad más grande fue la financiación, que estuvo a punto de dejar la película a medias en varias ocasiones. También costaría colar la duración de 170 minutos a las distribuidoras, teniendo en cuenta que implica reducir las sesiones en los cines.
El resultado es digno de elogio, pues la puesta en escena es notable y el ritmo ágil. Las historias entran muy bien por los ojos y se siguen sin que pierdas el hilo (aunque su falta de complejidad desde luego ayuda) a pesar de los saltos entre épocas, de las numerosas escenas muy breves, de las partes de acción interrumpidas para ir a otras más introspectivas…
La fotografía, repartida entre el gran John Toll (Braveheart -1995-, La delgada línea roja -1998-, El último samurai -2003-) y el alemán Frank Griebe, se adapta a cada entorno permitiendo al espectador una inmersión total en cada ambiente, y nos regalan algunos planos bastante bellos, sobre todo en los espectaculares escenarios naturales. Los efectos especiales son de primer orden. El vestuario y el maquillaje son magníficos, con mención especial para los actores que encarnan individuos de distintas razas de forma muy verosímil (de anglosajón a asiático, de afroamericano a anglosajón…). El entusiasmo del notorio repertorio de actores elegidos es contagioso, y muy meritorio, porque interpretan a distintos roles en cada línea temporal. Y la banda sonora de Tom Tykwer y sus colaboradores habituales, Reinhold Heil y Johnny Klimek, es muy versátil y con temas muy hermosos. Sí, el director también suele ser compositor en sus películas, por ejemplo, El perfume, historia de un asesino; se hacen llamar Pale 3.
Pero a mitad de la proyección creo que ya es momento de asumir que estamos ante una tomadora de pelo o un experimento fallido. Aunque sean relatos más o menos amenos por sí solos, su trascendencia y profundidad son nulas y la conexión entre ellos inexistente, así que estás viendo varias películas simplonas mezcladas en una. Sólo queda desear que si se combinan hacia el final adquieran nuevos significados, pero desde luego no apunta a ello.
En los años setenta, un complot trata de hacer que una central nuclear falle; la intriga carece garra de los thrillers de la época, ni remonta cuando meten con calzador escenas de acción. En el presente (2012), un anciano editor con problemas de dinero acaba metido por la fuerza en un asilo y tiene unas aventuras tragicómicas totalmente irrelevantes pero aliñadas con una voz en off cansina. Una distopía futurista (en 2144 en Neo Seúl) definida a cuatro brochazos pasa por todos los clichés del género sin ahondar en nada. Un músico no consigue triunfar en 1936, y encima es homosexual, así que el pobre lo pasa mal. Un terrateniente estadounidense en 1849 viaja en barco, topándose con un esclavo fugado mientras un doctor hace más mal que bien cuando se pone enfermo. En un mundo postapocalíptico (2321) unos humanos sobreviven de la tierra y otros, escondidos con los restos de la antigua tecnología, pero tendrán que aprender a convivir juntos.
No he leído la novela, pero por lo que se comenta, la conexión entre las historias es más fluida y sustanciosa y se supone que sí generan en su conjunto un plano narrativo superior. Al parecer, cada relato va influyendo en los protagonistas del siguiente, y los finales se retroalimentan cobrando un sentido global. En la cinta no hay conexión sólida, sólo detalles menores sin significado detrás (algún recuerdo fugaz que comparten distintos personajes, destacando la música del compositor) y cada sección acaba a su manera sin tener interacción alguna. Lo único en común es un tono de buen rollo y amor a lo new age, que resulta demasiado mascadito y cursi y no deja lugar a la reflexión, salvo un poco en la distopía, y no es que sea original.
Viendo la trayectoria de sus autores y sus intenciones, descarto la idea de tomadura de pelo y El atlas de las nubes queda como un experimento fallido. Pero aun con el sabor a decepción tengo que agradecer la valentía y el esfuerzo por haberlo intentado. Si no fuera por esa actitud nos habríamos perdidos muchas obras maestras, empezando por la propia Matrix. Es más, sin duda esta aventura inspiró a las Wachowski para la serie Sense8 (2015), otra obra de concepción revolucionaria que no acabó bien, aunque en su primera temporada se vio hasta dónde podía llegar su enorme potencial.
—Alerta de spoilers: Describo y analizo a fondo cada final.–
Como señalaba, la fallida lucha contra el sistema opresor de la sección de Neo Seúl es la única con algo de enjundia: acaba mal para la protagonista pero se amaga con que ha sembrado la semilla para el cambio. Pero la historia en sí es tan pobre y artificial (mucho efecto especial pero poco contenido) que no me convenció. La única que me gusta realmente es la del músico, la mejor desarrollada en cuanto a trasfondo histórico y evolución del personaje, con lo que consigue ser la más natural y emotiva. El resto es un quiero y no puedo, en alguna acercándose peligrosamente hacia la vergüenza ajena. El abuelete escapando de un asilo y reencontrándose con un amor de la juventud resulta un final bien tontorrón para un relato sin pies ni cabeza. El noble estadounidense se pasa al lado del abolicionismo de la esclavitud tras su experiencia, pero resulta todo tan superficial que no impacta lo más mínimo, siendo una parte por momentos aburrida. El thriller setentero acaba de la forma más predecible tras un par de tiroteos donde ni siquiera parecen tomárselo del todo en serio, con ese chiste salido de madre con el perro. El colmo es la del futuro apocalíptico, donde en el desenlace los protagonistas envían una señal de auxilio y esperan que los salven unos supuestos humanos que se fueron al espacio, con lo que todo queda igual que como se había presentado esta sección, vivir rezando y esperando una salvación milagrosa; por otro lado, no llega a explicarse la naturaleza de ese ridículo personajillo que interpreta Hugo Weaving en esta parte.