Leave No Trace, 2018, EE.UU.
Género: Drama.
Duración: 109 min.
Dirección: Debra Granik.
Guion: Debra Granik, Anne Rosellini, Peter Rock (novela).
Actores: Thomasin McKenzie, Ben Foster, Dana Millican, Jeff Kober, Dale Dickey, Dale Dickey.
Música: Dickon Hinchliffe. |
Valoración:
Lo mejor: Como buen cine independiente, ofrece un realista retrato del grupo social marginal representado, sin los dramones prefabricados del cine de Hollywood. Reparto y dirección muy sólidos.
Lo peor: No termina de ir a por todas, le falta algo de garra y de giros imprevisibles.
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La escritora y directora Debra Granik empezó su carrera como directora de fotografía y rodando algún corto, y se estrenó en el cine independiente con Down to the Bone (2004), protagonizada por Vera Farmiga. Esta no causó impacto alguno, pero no tardó mucho en darse a conocer en el género y saltar a lo grande al reconocimiento mundial porque su siguiente cinta, Winter’s Bone (2010), arrasó en los festivales independientes copando elogios, y con el tirón que le dieron los increíbles papelones de Jennifer Lawrence y John Hawkes acabó llegando a los Oscar y los Globos de Oro. Allí compitió con pesos pesados como El discurso del rey (Tom Hooper), Cisne negro (Darren Aronofsky) y La red social (David Fincher) y quedó un tanto eclipsada, y además la taquilla fue muy floja, pues las distribuidoras no supieron aprovechar el éxito mediático dándole más publicidad y alcance. Pero tampoco se puede pedir todo para una obra que a lo sumo esperaría llegar a Sundance.
La crudeza y el realismo en la representación de las clases pobres del centro de estados Unidos (Kentucky, Missouri, Wyoming…) es una obsesión del cine independiente, y no una mala, porque no abunda este tratamiento serio y sí el contrario, la versión edulcorada cuando no manipuladora del cine mayoritario, el de Hollywood. Aunque a veces hay autores que se venden a esa fórmula para triunfar (Little Miss Sunshine –Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006-, Captain Fantasic – Matt Ross, 2016-), lo habitual es tener cintas sombrías como Winter’s Bone o esta No dejes rastro. Sin embargo, si la primera se convirtió en un referente del género en todo el globo, la segunda ha tenido una acogida muy buena en el circuito habitual del cine independiente pero no ha sido capaz de salir de él.
Basándose en la novela Mi abandono (2009) de Peter Rock, seguimos la vida de un veterano de guerra que vive en la mendicidad con su hija de trece años, con lo que tienen a las autoridades encima cada dos por tres.
Se habla obviamente de la pobreza, de cómo puedes caer fuera del sistema y no levantar cabeza. Pero ya se han visto muchas historias de veteranos de guerra con traumas que acaban en la calle, y por suerte aquí se busca otra perspectiva. El protagonista prefiere vivir en los bosques, huyendo de sus problemas y de las dificultades de la vida en la ciudad. No quiere formar parte del sistema por muchas razones: porque fue ese sistema el que rompió su vida, porque exige obediencia ciega (leyes, papeleos, conductas sociales), porque causa demasiado estrés. La niña, como es esperable, sigue ciegamente a su mentor, hasta que nuevos problemas le harán ir madurando y enfrentar la situación con otros ojos.
Las vivencias de la pequeña familia son variadas y emocionantes, de entrañables a trágicas. Los actores Ben Foster y Thomasin McKenzie han demostrado su valía (ella deslumbró en Jojo Rabbit -2019-, él tiene grandes papeles como los de El tren de las 3:10 -2007- y Comanchería -2016-) y están estupendos. Y como buen cine independiente, destaca el mimo que se pone en la verosimilitud del entorno y los protagonistas. Por todo ello, conectas férreamente con sus vidas, te mantienes toda la proyección entre la sonrisa, la complicidad, la tensión y el miedo por su futuro.
Sin embargo, le pesan dos factores. En el intento de diferenciarse de lo de siempre y también en el de no regodearse en lado trágico, sino en hallar un equilibrio entre drama duro y aventura simpática, se notan algunos agujeros. Primero, una vez entrados en la dinámica (huir del sistema, aprender algo nuevo), se ve venir bastante de lejos cómo será el tercer acto y el desenlace. Y segundo, hay cosas que cuesta aceptar, que resultan demasiado convenientes. Algunas son detalles (la historia de la bolsa de comida colgada para tener un toque esperanzador al final), otras cantan más: cuesta creer que un veterano con la cabeza y la vida hechas polvo no esté enganchado a ninguna droga, lo que elimina descaradamente los conflictos más graves que podría enfrentar la familia; de hecho, en general las disputas que tienen y el desenlace se resuelven con demasiada facilidad.
No son grandes problemas, pero da la sensación de que la autora quiere acercarse a la fórmula más blanda, en la onda de Captain Fantastic, con la que guarda bastante parecido en temática, y si bien no abandona la contención y la seriedad, sí se le podría exigir más variedad de problemas y más contundencia con los mismos.
El ritmo es bueno, dosifica bien el proceso de cambio y aprendizaje, y sumado a los fastuosos paisajes naturales, entra bastante bien por los ojos aunque costara cuatro duros.
No rompe esquemas, pero es un drama bastante sólido.