El Criticón

Opinión de cine y música

Archivos mensuales: abril 2017

Comanchería


Hell or High Water, 2016, EE.UU.
Género: Drama.
Duración: 102 min.
Dirección: David Mackenzie.
Guion: Taylor Sheridan.
Actores: Chris Pine, Ben Foster, Jeff Bridges, Gil Birmingham, Katy Mixon, Marin Ireland.
Música: Nick Cave, Warren Ellis.

Valoración:
Lo mejor: Guion, dirección, fotografía, reparto. El trasfondo melancólico y crítico.
Lo peor: Es bastante predecible.
Mejores momentos: El torpe atraco inicial, que define muy bien lo que vamos a ver. La visita al casino, que describe las diferencias entre los hermanos. Tanner despertándose alerta y la defensiva. El viejo pegando tiros. El atraco que se desmadra y la persecución. El enfrentamiento contra la ley.
El título: Me gustaría más una traducción más fiel de Hell or High Water, que viene a significar «Contra viento y marea», pues Comanchería es un tanto ambiguo. Pero lo cierto es que ese era el título original hasta que optaron por cambiarlo poco antes del estreno, quizá por esa misma razón.
La frase:
1) -¿Cómo lograste estar un año fuera de la cárcel?
-Ha sido difícil.

2) -Te perseguirá hasta el final de tus días. Pero no estarás solo, también me perseguirá a mí.
3) -He sido pobre toda la vida. También mis padres, y sus padres. Es como una plaga que se transmite de generación en generación. Se vuelve una enfermedad. Infecta a todas las personas que uno conoce…

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Sus autores no tratan de esconder los pilares en los que se basa, pues precisamente lo que pretenden es una deconstrucción, convertir el clásico western crepuscular en un drama actual. Los elementos clave están ahí, como los forajidos desesperados, la lucha de la familia por salir adelante en un entorno difícil, el sheriff recto y competente, y toda la estructura de la trama. De hecho incluyen algún homenaje claro, como la escena de unos vaqueros salvando su rebaño de un incendio. Es cierto que esto implica que en cierta manera sabemos cómo se van a desarrollar las cosas, y concretamente el final se puede intuir con facilidad, incluyendo ese epílogo tan clásico. Pero tanto el guion de Taylor Sheridan como la dirección de David MacKenzie ofrecen un relato con una solidez y personalidad muy fuertes, con lo que se perdona bastante la sensación de que ya hemos visto muchas historias semejantes.

El elemento más enriquecedor es la perspectiva crítica, que pone patas arriba, y merecidamente, el lema de «el país de las oportunidades», pues en realidad sigue siendo el salvaje oeste y el sálvese el más fuerte. Descarada y evidente pero verosímil, la perspectiva social cuenta además con una vena de humor negro (atención a los lugareños sacando sus armas) que recuerda al cine de los hermanos Coen (No es país para viejos sería la más cercana), con los personajes curiosos o excesivos (la camarera anciana) y sus diálogos de apariencia simple pero que esconden más de lo que parece, y un aura melancólica que deja un regusto amargo. La justificación de los protagonistas para emprender su empresa suicida, la infinidad de planos a la miseria de la zona, y los discursos directos contra la especulación bancaria y la ambición desmedida (incluyendo algunos apuntes sobre la colonización y el destino de los indígenas), componen un cuadro grisáceo y desesperanzador de la situación social del país, pues aunque se describa en concreto la zona de Texas, la crisis social reflejada es extrapolable a toda la nación.

El esfuerzo por dotar de verosimilitud y profundidad se extiende a los personajes, cada uno con un carácter muy marcado y unas motivaciones claras. Los hermanos delincuentes están embarcados en esta odisea por razones concretas relacionadas hábilmente con cómo el entorno en el que han crecido ha dirigido inexorablemente sus vidas. Uno es un padre de familia que no encuentra otra forma de salir adelante (la tercera frase seleccionada define muy bien su existencia), el otro un forajido que sólo se siente vivo con la adrenalina de los crímenes, lo único que ese mundo le ha permitido conocer. En el lado de la ley tenemos al sheriff veterano a punto de jubilarse (lo que da para uno de esos golpes de humor negro de cuidado) y a su compañero de ascendencia indígena; uno es metódico hasta la obsesión, el otro ha agachado la cabeza ante un mundo podrido y hace su trabajo con desgana.

Chris Pine da una gran sorpresa, pues no esperaba nada de él como actor tras ver su cara de palo en Star Trek 2009 y Jack Ryan, pero aquí se marca un papel sombrío y trágico excelente. El hermano alocado lo encarna el siempre estupendo e infravalorado Ben Foster (El tren de las 3:10, Pandorum), carismático como él solo. Jeff Bridges (El gran Lebowski, Valor de ley) en cambio ha sido alabado en exceso: no me parece que esté mejor que aquellos dos, de hecho sobreactúa un poco, pero también es que la idea era darle un estilo muy marcado a su rol. Y Gil Birminghanm encarna bien al agente abatido y pasota.

El tempo narrativo es magnífico, la fotografía de Giles Nuttgens muy buena, la música de Nick Cave y Warren Ellis muy atinada. MacKenzie capta toda la esencia de este brillante guion y le da la puntada final que necesitaba: la melancolía, la crítica social y el drama llegan con intensidad pero sin abrumar ni aburrir, sino enganchando con un título serio, inteligente, adulto, pero cautivador y muy entretenido, algo que escasea cada vez más en el cine de Hollywood, que se aferra a la dualidad de dramón barato para ganar premios por un lado y clones de acción y fantasía por el otro.

Ghost in the Shell: El alma de la máquina


Ghost in the Shell, 2016, EE.UU.
Género: Acción, ciencia-ficción.
Duración: 107 min.
Dirección: Rupert Sanders.
Guion: Jamie Moss, William Wheeler, Ehren Kruger.
Actores: Scarlett Johansson, Pilou Asbæk, Juliette Binoche, Takeshi Kitano, Michael Pitt, Chin Han, Anamaria Marinca, Peter Ferdinando.
Música: Lorne Balfe, Clint Mansell.

Valoración:
Lo mejor: Dirección artística. El papel de Scarlett Johansson.
Lo peor: Refrito sin alma ni profundidad de las dos películas originales.
El origen: Es una versión de los dos animes de Mamoru Oshii (Ghost in the Shell, 1995, Ghost in the Shell 2: Innocence, 2004), no del manga original de Masamune Shirow (1989).
El título: En latinoamérica la han llamado… Vigilante del futuro/La vigilante del futuro.

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Alerta de spoilers: Hay ligeros spoilers de la premisa, pero nada que no se deduzca de los avances. En un párrafo bien señalado comento más detalles.–

Ghost in the Shell es una saga que habla sobre la distinción entre máquina y ser humano a través del alma o espíritu, o sea, de los sentimientos, anhelos y esperanzas que nos distinguen del frío cálculo de una inteligencia artificial… Y por ello es bastante gracioso que en esta nueva versión estemos ante un gélido producto comercial, una copia sin alma ni personalidad propia, pues es un refrito de las dos películas originales como es habitual pasado por esta expresión a la que me he aficionado: la batidora intelectual. Carece de reflexiones complejas que analicen el porvenir de la humanidad, no nos ponen ante la visión de una sociedad futura tangible, verosímil, que nos conmueva y haga pensar. El relato se apoya únicamente en el clásico viaje dramático del protagonista, que quiere averiguar quién es, de dónde viene. Lo de que sea una cíborg que lucha contra crímenes cibernéticos casi es irrelevante, es un adorno sobre el clásico rollo de trauma a superar y búsqueda del pasado.

Por extensión, el entorno futurista parece un envoltorio artificial, en plan «hay que cumplir con el género, así que meted tecnología por todas partes». La infinidad de planos de la ciudad llena de modernidad y hologramas-anuncio no logra funcionar del todo, y no porque la ambientación no sea buena, que lo es, sino porque no ofrece novedad alguna, pero sobre todo porque carece de profundidad, no se crea una conexión férrea entre la descripcón de la sociedad y la trama y los personajes. Las menciones sobre que la gente se «evoluciona» el cuerpo con tecnología no aportan nada a los protagonistas ni sirven para abordar algún tema existencialista, y los diálogos al respecto son bastante cutres, no consiguen la naturalidad necesaria. La Mayor es la única a través de la cual se habla en algún momento del yo versus la creación artificial (como cuando se busca una prostituta y tantea qué nos hace humanos: el físico, los sentimientos…), pero son recesos puntuales en una progresión dramática como digo ahogada en dilemas terrenales muy vistos. El individuo al que persiguen termina inclinándose también por el mismo, exactamente el mismo, camino: su búsqueda de identidad, la percepción que tiene del mundo y el hombre, la anunciada transformación en algo nuevo, se dejan muy de lado por una simplona obsesión por vengarse de sus creadores y esclarecer su pasado.

Así pues, la temática sobre la frontera entre máquina y ser humano no da nada de sí en las pocas ocasiones en que parece emerger a través de un guion que se empeña en relegarla. El manga, las películas y las series nos llevaban a un futuro donde hombre y máquina se fusionan en simbiosis y dependencia, donde cada situación ofrece ejemplos y dilemas sobre las distintas repercusiones. La definición de inteligencia artificial y seres humanos, la manipulación de recuerdos y la percepción, la pérdida de identidad propia y social… Nada de eso se ve aquí más allá de unos pocos apuntes superficiales. Y para colmo, el único aspecto que parecen seguir con cierta determinación (el quién soy) acaba con filosofía barata (me extiendo en el párrafo de spoilers más abajo).

Y sinceramente, creo que no era tan difícil superar a las dos películas previas, porque tenían unos problemas narrativos serios (ritmo moroso, sensación de desequilibrio entre la línea filosófica y la trama policíaca) que en nada que los arreglaran con una puesta en escena más vibrante y un caso un poco mejor cuidado podía haber dado un título más redondo. Pero claro, hablamos de Hollywood, y han descartado lo que las hacía buenas: la inteligencia y sensibilidad a la hora de abordar temas trascendentales complejos. Así pues, tenemos otra de acción sin más relevancia ni calado, otro remake innecesario; para hacer esto mejor reestrena aquellas en cines. Me ha recordado bastante a Desafío total (2012). Funciona aceptablemente bien como entretenimiento, pero está a años luz del ingenio y carácter del original. Ni siquiera se han esforzado en aplicarle una pequeña actualización para que sorprenda un poco y encaje mejor en nuestros tiempos, como hicieron con Robocop (2014, con la que por cierto guarda muchísima similitud en cuanto a trama.

La odisea de la Mayor Mira Killian por encontrar respuestas no cala hondo pero tampoco cae en la indiferencia, y Scarlett Johansson se toma el papel bastante en serio, con lo que sustenta bien el viaje. Su pose derrotista, sus miradas apesadumbradas… Se ve un halo sombrío sobre ella, un ansia por hallar razones por las que sentirse viva y parte de este mundo, y ha decidido no parar hasta encontrarse a ella misma, es decir, conocer su pasado y aclarar su sentimientos. La pena es, como digo, que su recorrido emocional se estanque en algo tan visto y que desprecia las pobilidades de las obras en que se basa. Batou es un compañero simpático, y la química entre ellos es aceptable; no deslumbra ni tiene mucho recorrido, pero no está mal. El resto del equipo sin embargo no llega a ni a esos mínimos, ni si quiera Aramaki, el jefe interpretado por un apático Takeshi Kitano (por cierto, parece que tiene por contrato salir en todas sus películas en un contrapicado apuntando con un arma). Y los villanos son más pobres aún, están enquistados en pobres clichés: el empresario es un caso grave de «soy malo porque sí», y el misterioso hacker es un simple objeto para empujar a la protagonista, queda a años luz del sugerente Titiritero.

El ritmo es correcto, no tiene bajones graves más allá de un final mejorable. El problema es que de ahí a impactar hay un buen salto. El diseño artístico y la fotografía son lo que mejor funciona, de hecho, realzan bastante una dirección y una banda sonora un tanto limitadas, incapaces de exprimir el potencial del género y el argumento. Las calles y la fauna de la ciudad están muy cuidadas, cada escenario es bastante vistoso gracias al esmero en llenarlo de información, detalles y colorido y al buen trabajo de decorados, vestuario y maquillaje, aunque el ordenador se queda bastante atrás, pues los planos lejanos de edificios y coches cantan mucho. Pero a la larga también da la sensación de que el escenario está sobrecargado en lo audiovisual: mucho arte y efecto especial, mucha música, mucho sonidito, pero tenemos un nivel muy justo en el acabado global porque el guion no llega y la dirección (Rupert SandersBlancanieves y la leyenda del cazador, 2012-) es muy desganada. En resumen, otro filme hecho únicamente con dinero y en postproducción. Y también entra de nuevo en juego la inevitable comparación. Si no conoces la obra original y no has visto las escenas de acción y otros momentos que se empeñan en imitar sin imaginación alguna, le sacarás más partido. Si no, queda poca cosa por disfrutar en un relato que va hacia adelante sin tropezarse pero también sin despertar pasiones.

El asalto inicial a una reunión y la persecución por el canal son efectivas, pero a estas alturas no impresionan, y menos con Matrix (hermanas Wachowski, 1999) de por medio, que exprimió a lo grande las peleas de cámaras lentas y planos elaborados. Poniendo una cutre musiquita de campanillas, como para tratar de enfatizar la magia del momento, no se arregla la cosa, hay que buscar una atmósfera más efectiva que te vaya atrapando para que cuando llegue un momento cumbre este, aunque no sea revolucionario, impacte con contundencia. Así, la mejor parte de la cinta es el acto central, con menos acción pero más contenido y emoción: la Mayor tratando de entenderse y encontrarse a sí misma (la relación con la doctora o ingeniera que la cuida, la búsqueda de experiencias humanas -la prostituta- y otros momentos -la visita a una mujer-), la agradable relación con Batou (la escena de los perros, la del buceo), así como el complot que afecta a la Sección 9, donde parece que los secundarios van a cobrar relevancia por fin, mantienen correctamente el interés.

Por desgracia, esto último, los problemas globales de la Sección 9, o sea, de sus compañeros, se queda en poca cosa, pues lo dejan de lado para aferrarse de nuevo a la imitación innecesaria. Precisamente el desenlace es el momento en que más deberían diferenciarse, para poder sorprender y dejar buen recuerdo… Pero se empeñan en meter el tanque araña, el tiroteo y otros planos míticos de la primera película. Y nada da la talla. No tiene la mitad de pegada visual, pues lo localización es poco atractiva y la secuencia en sí no tiene savia, y en general todo parece ocurrir porque hay que cumplir con ello. Así que resulta un final anticlimático, forzado y poco llamativo. Las revelaciones sobre ella se veían venir muy de lejos, el lío del hacker también, y el villano empresario tiene el destino que sabíamos que iba a tener desde su primera aparición con mirada aviesa y música intrigante que lo señaló como el malo de la función. El tanque aparece de la nada sin vergüenza ni lógica alguna. El complot contra la Sección se deja de lado por completo, no sabes dónde han ido los demás agentes y de repente aparecen de nuevo en todo el jaleo, por supuesto en el momento justo: la escena del francotirador es ridícula.

A lo largo del relato tenemos unos cuantos agujeros de guion, o al menos unos saltos poco fluidos, algo que también pesaba en las originales, dicho sea de paso.

Alerta de spoilers: Comento muchos detalles concretos. Pasa al siguiente párrafo si quieres evitarlos.–

¿Por qué van al bar de la yakuza? Tras conectarse la Mayor a la geisha, despierta diciendo sin más Sé dónde hay que ir, y juraría que tampoco se explica qué relación tiene el local y la mafia con el hacker. En el encuentro con él más tarde, ¿por qué nadie lo persigue a pesar de haber cantidad de agentes a pocos metros? ¿Y se habían perdido? Porque se ha tirado como quince minutos de cháchara con la Mayor sin que aparecieran. Pero esto de que el equipo llegue tarde pero justo a tiempo para salvar la situación también ocurre en el citado final, y también en el prólogo: ella está en posición desde hace rato antes de entrar en acción, pero ellos están a tomar por culo no se sabe por qué. Vaya inútiles. Pero hay más cuestiones. ¿Ella vuela? Se deja caer desde las azoteas y luego aparece entrando por las ventanas sin cuerdas ni nada. No sé por qué el tanque explota al forzar la puerta. Ni por qué Kuze, un experimento malogrado, se convierte por arte de magia en un hacker sin igual. Y telita con la celda donde conectar a los interrogados, que permite suicidios tan fáciles mientras todos miran sin hacer nada. En cuanto a la temática filosófica que comentaba al inicio, hay poco que rescatar, la cinta llega a unas conclusiones lastimeras. Uno se define por sus actos, no por sus recuerdos. Menuda sandez. Todo lo contrario, uno se define por todo lo que ha vivido, experimentado y aprendido, y sin ello sus actos no son humanos, sin recuerdos, sin memoria y aprendizaje, uno es un vegetal, un cascarón vacío. Y el Yo sé quién soy con el que acaba la Mayor, cuando lo único que ha encontrado es un recuerdo concreto… el resto de su vida, y sus sentimientos respecto a sí misma y al resto de gente que la rodea, ¿se arreglan sin más con saber qué hacía de joven?

Tampoco me gusta lo de Japón sin ser Japón. Parece que estamos allí, pero el único que habla japonés es el jefe, y el equipo está compuesto por más gente extranjera que locales, lo cual sorprende en una organización de seguridad nacional. Se justifica de mala manera que la protagonista no sea japonesa (es un cíborg), pero el resto no. Si estás haciendo una versión occidental, no te andes con medias tintas absurdas. Los estudios quieren una versión occidental para venderla en todo el mundo pero que a la vez recuerde mucho a la japonesa, y una versión simplificada pero con sus mejores momentos, que hay que llegar a los viejos fans aparte de atraer a nuevos espectadores en masa. Y se hacen la picha un lío, y el lío se agrava conforme van añadiendo más ideas y cambiando de guionistas, y se agrava a medida que van metiendo escenas para atraer a distintos rangos de público a la vez. No tengo en principio nada en contra de nuevas versiones y adaptaciones, pero con la tendencia habitual de Hollywood es normal que haya recelos. Y Ghost in the Shell ha resultado otro gran ejemplo de este mal hacer, a pesar de ser una saga que podía extenderse, ampliarse y renovarse con facilidad, dado su género tan abierto y los avances tecnológicos que ha habido desde el manga y el primer anime, que permiten nuevas relecturas del tema. Cualquier capítulo de la serie (Ghost in the Shell, Stand Alone Complex, 2002) ofrece ideas más originales y planteamientos más trabajados en los veinte minutos que duran.

En la taquilla no parece responder a pesar de la insistente campaña publicitaria, y desde el estudio ya están diciendo que es culpa del casting blanco en personajes originales japoneses y del varapalo de la crítica (lo mismito pasó en Dioses de Egipto -2016-). Toma, pues claro: haces una película poco respetuosa en fidelidad y mediocre en calidad… ¿qué respuesta esperabas? Visto lo visto es una suerte, quizá así nos libramos de remakes insípidos de otros títulos que llevan años planeando, como Akira y Cobwoy Bebop (1998), o, mejor aún, de hacerlos quizá se los tomen más en serio.

Saga Ghost in the Shell:
Ghost in the Shell (1995)
Ghost in the Shell 2: Innocence (2004)
-> Ghost in the Shell: El alma de la máquina (Remake) (2017)

Dioses de Egipto


Gods of Egypt, 2016, EE.UU.
Género: Aventuras, fantasía.
Duración: 126 min.
Dirección: Alex Proyas.
Guion: Matt Sazama, Burk Sharpless.
Actores: Brenton Thwaites, Nikolaj Coster-Waldau, Gerard Butler, Elodie Yung, Courtney Eaton, Bryan Brown, Rufus Sewell, Geoffrey Rush.
Música: Marco Beltrami.

Valoración:
Lo mejor: Tono alegre y humorístico bastante efectivo, aspecto visual muy correcto: es entretenida y divertida.
Lo peor: Pero el guion es en general tan pobre que bordea la vergüenza ajena, y como no la cojas de buenas se te puede atragantar.
La frase:
-Pues creo que debemos correr.
-¿Correr?
-¡Los mortales lo hacen todo el tiempo!

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Dioses de Egipto no sorprende, ni para bien ni creo yo que para mal. Da lo que ofrecían sus avances, una más de acción y fantasía poco trabajada en el guion, pensando que cuatro tópicos y un buen presupuesto bastan para llenar las salas. Y de tanto abusar te las juegas a las modas: en su estreno tocó pasar un poco del género por saturación, y no se comió un rosco, y si da dinero será por el mercado doméstico (dvd/bluray y venta de derechos a televisión). ¿Por qué la mierda unas veces se recibe bien y otras no? Si la comparo con cómo degeneró El Señor de los Anillos, acabando con ese desastre de El retorno del rey o lo cutre que fue en general El Hobbit, viendo lo igual de rápido que Piratas del Caribe se hundió, o el infame tramo final de Harry Potter, o en general las mil y una entregas de cine basura que se reciben mejor, el varapalo de críticas que se llevó me parece excesivo. Igual de incomprensible me resultan las acusaciones de racismo y de poca fidelidad a la historia de Egipto que se llevó. ¿Pero qué demonios? ¡Que es fantasía! Lo más triste es que el estudio y el director tuvieron que pedir disculpas por el casting, y no por la calidad de la obra…

Estamos ante la misma plantilla vaga, superficial y llena de clichés de siempre. Tenemos al don nadie que acaba, sin comerlo ni beberlo, metido en una aventura de la que depende el destino del mundo, aunque a él le importa bien poco, pues generalmente estos personajes no muestran motivaciones claras (los cansinos Aragorn, Frodo, Harry Potter, John Carter… ¿qué demonios empuja a esta gente para sacrificarse tanto?) o, cuando las tienen, son pueriles. El aquí protagonista, Bek, quiere follarse a una joven atractiva (sobre todo gracias al invento egipcio del «wonder bra»…). Y para ello remueve cielo e infierno sin perder la sonrisa en ningún momento, supongo que porque está majara perdido. Lo acompaña otro rol-pasota de cuidado, el dios caído en desgracia que tiene que volver a encontrar algo por lo que vivir y abrazar la responsabilidad, en plan Disney total, incluyendo el giro final donde por fin ve la luz. El villano quiere caos y destrucción, porque… porque es un villano. Las mujeres son floreros, aunque una de ellas de vez en cuando mete mano en la historia; no se sabe muy bien por qué, resulta que tiene un brazalente-comodín que resuelve un par de escenarios. La aventura sigue el mismo esquema de siempre también. Un viaje lleno de magia, monstruos y acción que llegan en fila sin una cohesión clara (al estilo Furia de titanes e Ira de titanes), simplemente por el hecho de poner ante nuestros ojos secuencias supuestamente atractivas.

Pero de lo simplón a lo repelente hay, aunque sea, un paso, y Dioses de Egipto, aunque bordea la vergüenza ajena, para mí se salva por el simple hecho de que es consciente de ello, es honesta, al contrario que muchas de las citadas, que van de grandes épicas de aventuras y acaban haciendo el ridículo. Ya sea porque el guion coge bien el punto de aventura distendida sin relevancia o porque el director vio que esto sólo podía funcionar si se no se lo tomaba en serio, el desparpajo y la alegría con que se narra funciona a la hora de sobrevivir a sus nulas ambiciones.

Hay cantidad de diálogos cómicos, sencillos y tontorrones muchos, pero otros ingeniosos o al menos bien colocados, que salvan escenas que podían haber sido muy pobretonas y permiten que los flojos protagonistas tiren más hacia lo divertido que hacia lo cargante. La relación entre el humano de baja clase social y el dios que fue de los más poderosos se libra de caer demasiado en los clichés con un dinámica bastante graciosa. Secuencias que abrazan sin disimulo la comedia loca, como cuando van a pedirle al dios inteligente que los ayude a resolver el acertijo, reviven situaciones que parecían destinadas a ahogarse y arrastrarnos con ellas. Y el carisma de Nikolaj Coster-Waldau (Horus, el dios que acaba siendo bueno) y Gerard Butler (Set, el malo) también da un empujón extra a sus roles; el joven Brenton Thwaites como Bek en cambio no da la talla: una cosa es que la película no sea muy seria, otra que el prota parezca estar de fiesta. Con todo, gracias a esos diálogos chispeantes no resulta molesto a pesar de ser otro personaje principal hueco y olvidable que sumar al género.

Pero, sobre todo, la cinta se salva porque tiene un ritmo trepidante y un aspecto visual imponente que no dejan que aparezca el aburrimiento. El presupesto, sin ser estratosférico (140 millones contra los 200-250 habituales en estos tiempos en superproducciones), está bien exprimido en un trabajo que exige mucho del apartado de diseño artístico y efectos especiales. Toda escena está cargada de trucajes y digitalizaciones, y la combinación es bastante buena en general, con picos excelentes (los paisajes falsos, las armaduras); sólo se nota alguna limitación en alguna escena en la ciudad (algún edificio o pantalla de fondo se nota un poco), pero nada grave, y desde luego no como para echar pestes como han echado en muchas críticas. ¿Pero qué película han visto? ¿Y esta misma gente alababa la escasa calidad de los efectos especiales de obras con más presupuesto, como El Hobbit? Las luchas contra diversos monstruos o dioses ofrecen escenas de acción más que decentes, y más sabiendo lo saturados que estamos de este tipo de cine. Alex Proyas huye de trucos baratos, como meter lluvia y oscuridad y agitar la cámara, y logra momentos bastante épicos, como la pelea contra las serpientes gigantes. Para rematar, la banda sonora de Marco Beltrami en plan Jerry Goldsmith es bastante potente.

Así pues, Dioses de Egipto, dentro de la fantasía y acción de usar y tirar, me ha parecido más digna que muchos títulos que incomprensiblemente alcanzan más éxito. Eso sí, también cabe preguntarse de nuevo por qué ese empeño en que un entretenimiento ligero tiene que partir del guion más básico y tonto que encuentres.