El Criticón

Opinión de cine y música

Archivos mensuales: enero 2022

Los Eternos


Eternals, 2021, EE.UU.
Género: Superhéroes.
Duración: 156 min.
Dirección: Chloé Zhao.
Guion: Chloé Zhao, Kaz Firpo, Ryan Firpo, Patrick Burleigh, Jack Kirby (cómic).
Actores: Gemma Chan, Richard Madden, Angelina Jolie, Kit Harington, Kumail Nanjiani, Salma Hayek, Barry Keoghan, Brian Tyree Henry, Don Lee, Lia McHugh, Lauren Ridloff, Haaz Sleiman.
Música: Ramin Djawadi.

Valoración:
Lo mejor: El vestuario es vistoso. Richard Madden y Brian Tyree Henry le ponen ganas.
Lo peor: Todo resulta desastroso: guion (historia, desarrollo de personajes, trasfondo), dirección (insustancial en el drama, escenas de acción aburridas y mal rodadas), el resto del reparto (algunos están fatal), los efectos especiales inexplicablemente tampoco dan la talla…
El título: Otro que dejan sin traducción oficial, aunque como se veía venir, todo el mundo lo traduce.

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Los Eternos son unos superhéroes que quedan un poco en tierra de nadie tanto en los cómics, donde son conocidos sólo por los lectores más fieles, pues no han trascendido mucho más allá, como en la saga cinematográfica de Los Vengadores, donde están descolgados de las historias y personajes principales. El punto de partida ha sido semejante al de Guardianes de la galaxia, y de igual manera el estudio no tenía claro cómo iba a funcionar ni los espectadores nos hacíamos una idea de qué esperar. Pero han terminado siendo dos casos opuestos. En Guardianes de la galaxia, Disney y el director del proyecto Kevin Feige acertaron de lleno eligiendo a un talento en potencia, y James Gunn dio a luz una película con tanto ingenio y personalidad que puede sustentar por sí sola una saga paralela a Los Vengadores. Pero en Los Eternos la elección se basa en la corrección política imperante en estos tiempos: ha contado más el tener una mujer «racializada» (tela con el nuevo término también) que el parecer apta para el trabajo.

La china Chloé Zhao se ha ganado recientemente el favor de la crítica y los certámenes de premios con una cina muy de su gusto, Nomadland (2020), un melodrama de superación personal blandengue que no muestra ninguna virtud especial en ningún sentido. Pero en un requiebro kármico tronchante, su presencia les ha estallado en la cara: en China se ha tildado de disidente política y se ha vetado el estreno, así que han perdido un jugoso mercado.

En cuanto a la película en sí, Zhao y la legión de guionistas que la acompañan se han estrellado con una producción fallida, un despropósito colosal, y a pesar de las ganas que había con volver a ver algo de Marvel de grandes proporciones tras la sencillez de Viuda Negra, no ha calado nada bien entre el público y la crítica. Resulta caótica, dispersa, insustancial… aburrida y olvidable. La peor de la saga junto a la enterrada El increíble Hulk, casi hace buena al patinazo de Sang-Chi.

Tenemos una premisa que difícilmente puede calar, porque se sustenta en unos dioses, los Celestiales, que pueden hacer y deshacer a su gusto, pero no tienen muchas luces, porque crean un grupo de superhéroes que parecen hechos con sobras. Ya me dirás de qué sirve la capacidad de transformar materia inerte, que una solo valga para sanar, que otra sea sordomuda, otra adolescente, que otro sólo tenga un súperpuño, y para rematar, el despiporre, uno es capaz de crear de la nada cachivaches y tecnología de todo tipo, ¡a pesar de que su misión es no hacerlo bajo ningún pretexto! Lo lógico hubiera sido darles a todos los poderes combinados, y listo.

Pero además, en esta adaptación lo empeoran, porque de nuevo los poderes que más parecen interesar a los productores y autores son los de la integración, la corrección política, el país de la piruleta… así que cambian bastante a los personajes originales para poder abarcar todo tipo de razas, culturas, condiciones… Y están tan obsesionados en cumplir con el escaparate a lo Benetton que sin darse cuenta terminan cayendo precisamente en algunos estereotipos raciales y culturales cutres, arcaicos, que creíamos ya superados: los hindúes son tratados como una cultura, una forma de ser y con unas películas tan ridículas que hay que reírse de ellas. Bochornoso.

Los bichos malos, los Desviantes, tienen una justificación muy pobre, tanto la inicial como la desvelada luego, y por lo tanto, la existencia de los Eternos tampoco parece muy sólida. Básicamente solo sirven para incluir las escenas de acción de rigor. Por su diseño son vistosos, pero sin trascendencia ni un buen sentido del espectáculo, empiezan a cansar desde su segunda aparición. Cuando la historia se centra más en los celestiales, incluso empeora, porque se torna demasiado etérea, confusa. En Guardianes de la galaxia, Vol. 2 tenemos un celestial, y funciona muy bien porque es un rol atractivo, sirve como motor emocional de las vivencias de los protagonistas, y las escenas de acción son magníficas. Aquí entramos en un juego de creaciones divinas que no hay por dónde agarrar. La presencia de estas criaturas tan poderosas rebaja y minusvalora personajes y villanos muy importantes; por ejemplo, ahora resulta que Thanos es un don nadie a su lado. Pero es que también afecta a la naturaleza del universo: ¿tenemos que asumir que no hay big bang, acreción de planetésimos, tectónica de placas… que todo es designio de estos seres? Pues en ese caso, la decisión de ir contra ellos es ridícula, estás atentando contra la existencia misma del universo por un capricho personal, jugándotela a tener secuelas impredecibles a escala astronómica.

Y eso lleva a que el trasfondo ético y de superación personal clásico del género aquí brilla por su ausencia. Los protagonistas tienen un dibujo muy pobre, no cambian, dicen tener dudas, pero hacen lo mismo durante toda la película, no hay aprendizaje, superación de problemas, aceptación de la responsabilidad, y los pocos cambios y sacrificios que vemos son gratuitos y a designio de los flojos escenarios de acción. Los dilemas morales, al ser presentados con esa megalomanía absurda de salvar la Tierra contra unos dioses, no logran un calado emocional humano, no resultan tangibles, verosímiles. Y no hay más. El resto de la película es «salvemos la Tierra… no, mejor vamos a tener la misma pelea entre nosotros que llevamos teniendo desde hace milenios».

Es tal el desastre del planteamiento, la escritura y la ejecución, que la narración da vueltas en un bucle interminable hasta alcanzar dos horas y media totalmente injustificadas y que se hacen, como su título dice, eternas.

Cada escena repite exactamente el mismo patrón: un chiste con el indio Kingo y su egoísmo, otro con sus películas, y aguantar como puedes el ver a sus cejas cobrar vida propia; y por si no fuera suficiente, otro chiste más con el mayordomo y su cámara, quien se convierte en el primer secundario cómico del secundario cómico de la historia; un roce entre el indio y la adolescente Sprite, para luego acabar en tablas; (Sprite significa duende, esto sí tendrían que haberlo traducido); el empático Druig siendo chungo y queriendo controlar gente, y los colegas diciéndole «uuyyy no seas malo» pero sin implicarse realmente en la cuestión; la guerrera Thena perdiendo el juicio, dislocándose los hombros con esa postura absurda que pone la actriz, y teniendo que ser cuidada; Gilgamesh cuidándola con su poder de gordo simpático; Ikaris, el Superman, con una escena de acción y otra que deje claro que está encoñado por la empanada de Sersi pero es tan inmaduro que no dice nada; Sersi está en todo, pero aporta tan poco que a pesar del empeño en decir que tiene madera de líder resulta insustancial y no transmite nada; la sordomuda Makkari siendo majita y corriendo de acá para allá; y la jefa, Ayax, como la profe simpática que cae bien a los alumnos pero que realmente no les enseña nada.

El único protagonista medio interesante es el que menos tiempo tiene: Phastos, el de los cachivaches, se siente un personaje más vivo, tiene una historia familiar que le confiere algo más de motivaciones, aunque sea algo cursi, y también cabe señalar que esta vez el ramalazo de corrección política (es homosexual) está muy bien integrado, precisamente porque se siente natural y hasta entrañable.

Los Eternos queda muy lejos del repertorio de personajes de gran magnetismo y las aventuras desde amenas a memorables que nos ha ido ofreciendo la saga, con títulos ya icónicos, como la comparación más obvia, Guardianes de la galaxia. Es de esas odiosas películas donde ningún protagonista tiene personalidad, motivaciones, ni toma decisiones, pero se apuntan a todo y salen airosos porque los autores lo quieren, es decir, cuya única existencia es justificar unos actores carismáticos y unas escenas de acción espectaculares… Y me temo que en estos dos campos tampoco cumple…

El reparto es otro batacazo importante. En superproducciones lo habitual es aprovechar la posibilidad de contrar a actores con garra y en muchos casos también calidad. Pero aquí el desastre es de los que hacen época, y no cabe duda de que se ha producido también por culpa del mismo método con el que se seleccionó a la directora. Sólo Richard Madden (Ikaris) y Brian Tyree Henry (Phastos) muestran algo de versatilidad e interés en el papel. Don Lee (Gilgamesh) y Harish Patel (el mayordomo Karun) son bastante simpáticos, pero no logran dejar huella con esos roles tan pobres. Otros conocidos como Angelina Jolie (Thena), Salma Hayek (Ajak) o el más joven Kit Harington (el novio soso de Sersi, Dane Whitman) tienen más fama que virtudes, y los dos últimos pasan pasa sin pena ni gloria, pero la primera está muy sobreactuada, sobre todo en lo físico, con esas posturas absurdas, con lo que acaban resultando entre insípidos y cargantes. Lauren Ridloff (Makkari) apunta maneras, pero su personaje es plano y poco puede hacer. Lia McHugh (Sprite) es otra que termina molestando con su cara de amargada constante. Y el resto es para poner el grito en el cielo: Kumail Nanjiani (Kingo) da rienda suelta a una serie de sobreactuaciones demenciales y tics estrafalarios, hasta el punto de que sus cejas parece que van a salirse de su cara y seguir actuando por su cuenta; Barry Keoghan (Driug) y su pose de malo da risa de primeras, pero no tarda en ser molesto; y Gemma Chan (Sersi), destinada no se sabe por qué a liderar el grupo, es un lastre enorme, menuda falta de sangre y dotes interpretativas, si me dices que es un maniquí me lo creo.

En la dirección, Chloé Zhao también anda muy perdida. En el lado dramático, la interacción de personajes y sus sentimientos, la insulsa puesta escena, repleta de vacuos primeros planos y contra planos, más algún atardecer de esos que le gustan metido con calzador, termina de inundar de apatía el endeble y superficial guion. En las secuencias de acción la cosa es peor, tenemos el capítulo de la saga Marvel más flojo y decepcionante. Incluso algunas entregas consideradas menores por no ofrecer guiones sorprendentes, como las de Ant-Man, Doctor Strange, Viuda Negra y las secuelas de Iron Man, tuvieron unos acabados notables y resultaron buenos entretenimientos.

Lo primero que salta a la vista es que la cinta adolece de escenarios elaborados donde pueda haber grandes despliegues de decorados y efectos especiales, pues a pesar del argumento de dioses galácticos y líneas temporales mezcladas todo ocurre en la Tierra y en pocos lugares llamativos. Sólo Babilonia destaca, y no es que sorprenda; si es que desaprovechan hasta los incomparables paisajes volcánicos de Canarias. Lo único donde podrían desmelenarse es la nave, pero de las pocas ganas imaginación que le han echado lo que queda es un anodino triángulo con pasillos y estancias sin alma. Sólo el vestuario es llamativo, con unos trajes para los Eternos muy trabajados que resultan deslumbrantes. Por ello no se justifican los 200 millones de presupuesto por ninguna parte.

Así que no quedaba otra que esforzarse en las batallas… Pero a Zhao, como pasa también en Sang-Chi con sus autores, le queda tan grande la superproducción que no supo cómo enfrentar las partes de acción desde el guion, durante el rodaje, ni a la hora de fomentar el entendimiento entre los distintos equipos de trabajo (efectos especiales, montaje), y nada cuajó como es debido, de manera que no parece una entrega de la saga, todas deslumbrantes en cuestión de efectos especiales y acabado general, sino una producción menor donde las pantallas de fondo y los dobles digitales cantan un montón y no hay imaginación ni sentido del espectáculo. Cada pelea es un compendio de bichos lanzando gente lejos en vez de destriparla, muñecos digitales, rayitos de todo tipo… Para la larga y desangelada batalla final ya llevaba muchos minutos desconectado, y se hace muy, muy pesada.

La música de Ramin Djawadi, que repite en la saga tras Iron Man, pero en un registro completamente distinto, no falla, pero tampoco apasiona. El tema principal amaga con desplegar unas sonoridades llamativas, hermosas y potentes, pero acaba engullido por una fórmula repetitiva y una orquestación muy pobre. Fuera de los machacones motivos de acción hay algo de variedad étnica que se ajusta correctamente al tono de la cinta, pero nada como para dejar huella. Sigue sin ser un autor que destaque nada, y no entiendo cómo consigue tantos buenos encargos.

Terminamos con unas escenas postcréditos de esas que no sirven para enlazar capítulos mediante personajes conocidos o como extensión o guiño curioso, sino de las que sólo los más frikis de los cómics pueden entender, así que para rematar el atroz aburrimiento, te comes los créditos para nada.

La película me ha resultado tan soporífera y decepcionante que no puedo parar de ponerla a caldo, y la analizo por escenas más detalladamente tras el salto.

Alerta de spoilers: En adelante destripo a fondo.–

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El poder del perro


The Power of the Dog, 2021, Nueva Zelanda.
Género: Drama, western.
Duración: 126 min.
Dirección: Jane Campion.
Guion: Jane Campion, Thomas Savage (novela).
Actores: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, Frances Conroy, Keith Carradine, Geneviève Lemon, Alison Bruce, Peter Carroll.
Música: Jonny Greenwood.

Valoración:
Lo mejor: Fotografía, los papelones de Benedict Cumberbatch y Kirsten Dunst. La historia central tiene algún momento bastante potente.
Lo peor: De rebuscada y artificial resulta pedante, y no logra centrarse en contar algo concreto. Es muy lenta y aburrida.

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El poder del perro es la típica «obra de autor», de «ritmo templado» y «sentimientos contenidos»… es decir, una cinta pretenciosa, opaca y plomiza que los medios y algunos espectadores adoran para sentirse por encima del nivel intelectual medio. Y la han recibido con un extra de adulaciones, porque Jane Campion, idolatrada desde que arrasó con El piano en 1993, no ha vuelto a ofrecer desde entonces nada que pudiera colarse en estos cuestionables cánones de calidad, aunque algunos lo intentaron con la serie Top of the Lake (2013). Para rematar, aunque no sea muy comercial, también es el típico melodrama con corrección política que gustan en los principales certámenes de premios: ha ganado a mejor película y directora en los Globo de Oro y es la favorita en los Óscar.

Estamos ante una combinación de western crepuscular y drama intimista con toques de denuncia social. Dos hermanos muy dispares están acostumbrados a tener algunos pequeños roces por sus dispares formas de ser mientras dirigen el rancho que les da sustento. Phil (Benedict Cumberbatch) se crio entre establos y animales, y es experto en la materia. Pero su rudeza es una fachada que esconde dudas y sentimientos muy reprimidos, sobre todo los relativos a su homosexualidad. George (Jesse Plemons) es más un chico de ciudad, y aunque también hace su parte, parece que no encaja, que es un blando, y sin embargo, en cuestión de sentimientos tiene las cosas muy claras. Este último se casa con una mujer desdichada, Rose Gordon (Kirsten Dunst), que tiene un hijo muy amanerado (Kodi Smit-McPhee). El cambio de equilibrio en el hogar con la entrada de otras dos personalidades tan marcadas genera una guerra de celos, situaciones incómodas, intimidaciones…

Destellos de talento hay. La fotografía ofrece unas composiciones clásicas pero muy efectivas, exprimiendo los paisajes de Nueva Zelanda, que pasan muy bien por el Oeste de Estados Unidos, jugando con los contrastes de luz entre la naturaleza y las cabañas y establos de madera. En el reparto hay dos actores espléndidos, Cumberbatch y Dunst, que ofrecen un repertorio de emociones contenidas y explosiones puntuales fantástico.

Pero las virtudes se ven pronto ahogadas por el tono pretencioso y los aires de grandeza de Jane Campion. Sobre todo desde el guion, está más empeñada en dárselas de intelectual y sutil e intenta abarcar tanto que precisamente no llega a nada, desaprovechando tanto la perspectiva global de la vida en el Oeste como la sección más destacada, la homosexualidad en tiempos de los rudos cowboys.

En el acabado, se obsesiona con la contemplación a la nada para tratar de epatar con esos hermosos paisajes, rompiendo ya de por si un ritmo que pretende ser comedido y absorbente pero se pasa de frenada con las pausas tensas forzadas y los tramos sin contenido suficiente como para mantener un mínimo de interés. Y saltamos de estos abismales bajones a situaciones demasiado rebuscadas, pues lo sutil lleva a una narrativa muy densa, demasiado artificial, cuando una historia de sentimientos debe ser más natural y emotiva. Los conflictos entre los protagonistas son muy mundanos en algunos casos, y muy forzados en otros: a uno no le gusta que la mujer toque el piano, así que molesta como un crío; y esta pobre se siente tan mal por ello que se vuelve alcohólica sin más. Así que, adónde vas rodeando este drama, que no tiene más alcance que un tontorrón telefilme, con ese aura de gran calado tan impostado y empalagoso.

Y en estas Campion pierde el foco sobre lo importante: contar algo concreto. Propone muchas cosas que no lleva a término, la mayor parte de las historias se quedan abiertas, hay personajes presentados como esenciales que desaparecen a mitad de la película y dejan de ser útiles y obviamente parecen tiempo perdido. Por ello, Plemons y Smit-McPhee, dos actores por lo general competentes, deambulan sin saber qué hacer con sus torpes personajes. Para colmo, Smit-McPhee también se ha llevado el Globo de Oro a mejor secundario. Estuvo mejor en Slow West (John Maclean, 2015), que dicho sea de paso, es un western muy superior pero los medios en este caso pasaron de él.

También el compositor Johnny Greendwood, el guitarrista del ya de por sí sobrevalorado grupo de rock Radiohead, ha quedado encasillado en estos títulos pretenciosos pero huecos, sirviendo ya varias veces con uno de los referentes del género, Paul Thomas Anderson, (Pozos de ambición -2007-, The Master -2012-, El hilo invisible -2017-). Aquí ocurre lo mismo que con la cinta en sí: hay talento, se ve cuando su guitarra navega por sencillos temas de corte clásico del western, pero cuando quiere ofrecer algo más, como depender del también obvio violín, resulta todo ruido artificial e informe que él y la directora encajan como pueden en cualquier tipo de escena. Y como ocurrió con esos títulos citados, se lleva adulaciones, nominaciones y premios por doquier, mientras autores y bandas sonoras de gran calibre son dejados de lado.

Queda un anecdotario disperso y por momentos cansino que no llega a casi ninguna conclusión. Sólo en la historia central parece crecer adecuadamente, y Cumberbatch la realza bastante, pero se enmaraña demasiado, y tampoco deja con la sensación de que haya sido un arco cohesionado y con un desenlace que aporte algo a los personajes y a la situación global. Así que el conjunto no tiene la coherencia y trascendencia suficientes como llegar a conformar una película que se sienta completa en contenido y equilibrada en sensibilidad. Resulta una especie de Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) para gafapastas.

El contador de cartas


The Card Counter, 2021, EE.UU.
Género: Drama, suspense.
Duración: 111 min.
Dirección: Paul Schrader.
Guion: Paul Schrader.
Actores: Oscar Isaac, Tiffany Haddish, Tye Sheridan, Willem Dafoe.
Música: Robert Levon Been, Giancarlo Vulcano.

Valoración:
Lo mejor: El primer acto, con una atmósfera absorbente y un Oscar Isaac hipnótico, te atrapa con fuerza.
Lo peor: Una vez en marcha la historia, se desinfla demasiado, resultando muy predecible, con un desenlace insípido.

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Paul Schrader es uno de los grandes guionistas del séptimo arte. De su mano nacieron numerosas películas de renombre de los años setenta y ochenta, como Yakuza (1974), Taxi Driver (1976) o Toro Salvaje (1980). También ha dirigido otras bastante notables, generalmente escritas por él, destacando Mishima (1985) y Aflicción (1997). Fuera de esa época dorada ha seguido en activo en ambos campos con numerosos títulos, habitualmente de suspense, de menor calado, pero parece haber vuelto un poco a primer plano con El contador de cartas. Al menos en el ámbito más cinéfilo, porque no parece estar teniendo mucho éxito.

Salta a la vista que es una película un poco fuera de tiempo, muy setentera. Todos los intereses y tics de Schrader están presentes. El ambiente melancólico, la descripción de la sociedad como inmoral, sucia, perdida, los personajes marginales, afligidos por traumas, y un caótico y sórdido viaje redentor que trae de la mano más tragedias y violencia y rara vez un final feliz. El aspecto visual es muy de aquellos tiempos también, de formas sobrias, colores apagados, tempo pausado…

En el primer acto, el cinéfilo se embargará de nostalgia, rememorando esas películas que marcaron una época. El espectador casual y más acostumbrado a las superficiales fórmulas modernas probablemente se aburra ante una exposición de sentimientos que se apoya en los silencios y miradas y en la construcción de la escena. Es decir, es un tanto sutil, de sensaciones que tienes que ir interpretando. Aunque también hay algún recurso muy obvio y un tanto sensacionalista, como la obsesión del protagonista de tapar toda la habitación con sábanas.

William Tell es un solitario jugador de cartas (blackjack, póquer) que va arrastrándose por la vida con lo mínimo, intentando no destacar ni tener sobresaltos que afecten a su rutina. El giro en que se presenta su trauma es impactante, demoledor. Yo no lo conocía, no había visto avances, a sabiendas de que con director y actor me valía, y menos mal, porque como viene siendo habitual desde hace ya demasiados años, te destripan la película entera. Una vez conocemos su situación, su vida dando vueltas en círculos sin salida, se encuentra con un joven que ha sufrido algo semejante, y parece que juntos podrían intentar salir del bache, quizá incluso volver a una vida medio normal.

Oscar Isaac es un actor con un carisma y un talento de impresión, aunque no está obteniendo el reconocimiento que merece, quizá porque no suele hacer películas de premios, de esas prefabricadas para contentar a una industria que también está olvidando cada vez más el cine de calidad. Acumula thrillers de buen nivel como El año más violento (2014) y Triple frontera (2019), obras comerciales como La guerra de las galaxias, rarezas de ciencia-ficción como Ex Machina (2014) y Aniquilación (2018), cine independiente e intelectual como A propósito de Llewyn Davis (2013)… No hay registro en el que no esté impecable. Aquí repite un poco el papel de Llewyn Davis, pero en otro tono, no en el de tontorrón deprimido, sino uno más en la onda de Robert de Niro en Taxi Driver. Su desafección de la realidad, su pesar, la sensación de que o remonta o estalla en cualquier momento, se contagian al espectador.

El joven pupilo también resulta entrañable a su manera: sus vaivenes, su cabezonería juvenil, nos llevan también a querer ayudarlo. Tye Sheridan, dado a conocer en los últimos capítulos fallidos de la saga X-Men y en Ready Player One (2018), no es un actor que haya demostrado nada todavía, pero con su aspecto de despistado cumple de sobras. Tiffany Haddish, con bastantes series y películas en su currículo, aunque nada destacable, encarna a La Linda, la avalista de jugadores que es el contacto de estos dos con la realidad. Derrocha simpatía y elegancia por los cuatro costados, haciendo muy verosímil la atracción que sienten por ella.

Con todas las cartas sobre la mesa, por hacer un símil tonto, la propuesta resulta muy sugerente. La odisea de los personajes y el tono taciturno tan conseguido te atrapa y asfixia, quieres verlos remontar sus vidas, pero no sabes si una situación tan tétrica podría traer algo de luz. O sí puedes. Porque una vez vamos entrando en materia, Schrader expone dichas cartas demasiado, dejándote ver claramente un camino muy andado.

A partir de cierto momento empecé a desear que Schrader no tirase por una historia tan predecible, tan simplona, como a la que empieza a apuntar. Pero vaya si lo hace. Lo de la nostalgia con los años setenta se lo toma al pie de la letra. Conforme el relato avanza se va atando más y más al recorrido más trillado y las soluciones más predecibles. En el acabado visual también se queda sin ganas. Los recursos empiezan a repetirse, todos los escenarios resultan demasiado parecidos, con poca progresión. Los numeritos musicales para rellenar huecos o lanzar transiciones son trucos muy torpes y que añaden minutos inertes. Incluso los momentos que todavía muestran algo de lucidez y trascendencia resultan muy obvios, como la visita al parque iluminado donde William parece que va a entrar de nuevo el mundo de los vivos.

En el clímax final no se redime, va a lo más fácil sin aportar ningún giro sustancioso, no digamos ya original, y con una desgana en la ejecución que termina de quitarle cualquier posibilidad de dejar huella. Puestos a no ofrecer nada nuevo, se echa de menos la cruda violencia de Taxi Driver, que tampoco me ha parecido nunca redonda a pesar de su fama, pero al menos sí más impactante.

Unos personajes tan fascinantes y una historia tan conmovedora merecían un tercer acto y un desenlace más elaborados. Pero en conjunto se agradece su existencia en una época con contados estrenos de drama y suspense serios, adultos. Es una cinta con sabor a clásico, madura, inteligente a pesar de su falta de originalidad, y que no deja indiferente.

Fallece Sidney Poitier

Sidney Poitier nació en Miami, EE.UU., en 1927.

Aparte de ser de raza nega, su familia era de las Bahamas, lo que llevaba la etiqueta de inmigrante. No tardó en ver el problema racial de Estados Unidos y en luchar contra él, destacando en su juventud en teatro y poco a poco en el cine en papeles que criticaban los conflictos sociales de la época.

Su porte carismático, su versatilidad como actor y su simpatía y entereza como persona lo llevaron a ser un referente de la lucha racial, influenciando a millones, llegando a traspasar numerosas barreras, obteniendo incluso reconocimientos propios «del hombre blanco», como los Oscar, Globos de oro y otros muchos premios, así como títulos políticos, como embajador de las Bahamas.

Como actor, deslumbró en las aclamadas y rompedoras Fugitivos (1958), Los lirios del valle (1963), En el calor de la noche (1967), y Adivina quién viene a cenar esta noche (1967), entre otras muchas obras famosas. Como director, también dejó huella con Sucedió un sábado (1974), Dos tramposos con suerte (1975), Locos de remate (1980)…

Ha fallecido este 7 de enero cuando contaba con 94 años.

Biografía: Wikipedia. Filmografía: IMDb.

Ha fallecido Peter Bogdanovich

Peter Bogdanovich nació en Nueva York, EE.UU. en 1939, en el seno de una familia de judíos ortodoxos que huía del régimen nazi.

Su pasión por el cine lo llevó a ser un gran estudioso del mismo y dominar varios campos, de forma que en su juventud destacó como una estrella en ascenso en la ya de por sí rica generación de George Lucas, Martin Scorsese, Brian de Palma

Como director, se ganó la etiqueta de visionario con títulos como La última película (1971), ¿Qué me pasa, doctor? (1973) y Luna de papel (1973). Muchos autores contemporáneos lo citan como referente en sus influencias. Y como analista y crítico de cine se lo considera un gran erudito.

Pero su carrera tras la cámara se estancó, sumando obras de escaso calado, quedando en segundo plano. Y mientras tanto fue pasando a la interpretación con cada vez con mayor asiduidad. Por ello su rostro será bastante conocido por muchos: era el psiquiatra de la psiquiatra de Tony Soprano en Los Soprano (1999).

Falleció el 6 de enero con 82 años debido a complicaciones de párkinson que sufría.

Biografía: Wikipedia. Filmografía: IMDb.