El Criticón

Opinión de cine y música

Archivos mensuales: noviembre 2013

Asalto al poder


White House Down, 2013, EE.UU.
Género: Acción.
Duración: 131 min.
Dirección: Roland Emmerich.
Guion: James Vanderbilt.
Actores: Channing Tatum, Jamie Foxx, Maggie Gyllenhaal, Jason Clarke, Richard Jenkins, Joey King, James Woods.
Música: Harald Kloser, Thomas Wander.

Valoración:
Lo mejor: Channing Tatum.
Lo peor: Todo: el abuso de clichés, el argumento sobadísimo, los personajes y situaciones imposibles, las escenas de acción mediocres, los efectos especiales flojos, la música mala…
El cliché más previsible: El puto reloj que le salva del tiro.
La escena patrihortera: La bandera ondeada por la niña patriótica ante el vuelo de aviones militares, y los pilotos abandonando su misión (¡¡¡salvar al mundo de una tercera guerra mundial!!!) por la lagrimilla que les da la escenita.

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Asalto al poder resulta un gran título del cine cutre, pues por mucho que sea una cinta que no se toma muy en serio, el tono de aventura tontorrona no logra sobreponerse a la cutrez casposa, a la mediocridad risible. El guion parece hecho por un programa de ordenador que recopila todos los guiones del género y los mezcla aleatoriamente. Los clichés más estúpidos, las líneas argumentales más disparatadas, los personajes más estereotipados y las escenas de acción más inverosímiles aparecen en todo su patético esplendor.

La trama es el enésimo remedo barato de La jungla de cristal. Qué digo, es una copia descarada, de hecho, es más fiel a la saga que la quinta parte, La jungla: Un buen día para morir, aunque sea incluso peor. Tiene mucha acción y ritmo, pero no consigue resultar interesante y entretenida porque toda escena, todo plano y diálogo, lo hemos visto mil y una veces y no se hace el más mínimo esfuerzo por buscar una identidad llamativa, una vuelta de tuerca que le dé algo de savia, o incluso algo de dignidad. La única forma de sacar algo del vulgar relato es riéndose a su costa. Ojo, hay muchos momentos de humor, pero estos provocan vergüenza ajena: forzados en los peores momentos posibles, escupidos a través de personajes insoportables (el guía es un catalizador de memeces alucinante), con recursos tan primarios que dan penita. No, si te ríes es por lo cutre y ridículo que resulta todo. Sirva de ejemplo una escena importante: el protagonista lanza un puñado de granadas que provocan una explosión enorme (por supuesto con bola de fuego) que derrumba medio edificio… pero él se salva porque ha dado una voltereta y se ha ocultado tras el atril de madera o plástico desde donde hablan los políticos, que por ser presidencial es también indestructible. Fli-pan-te.

El líder de los malos (que se señala mediante su mirada aviesa y musiquita inquietante, como decía Homer en Los Simpson) era uno de los buenos, pero se ha vendido por completo a lo más extremista del lado oscuro por desavenencias políticas y un trauma familiar. Un tipo que ha trabajado toda su vida para su país de repente lo quiere ver en llamas, aun a costa de matar a sangre fría y personalmente a todos sus allegados; lo más normal del mundo, vamos. Para rematar el absurdo, en su mundo de dolor y rabia el tío es más lúcido y capaz que nunca: logra urdir el plan más imposible y eficaz. Eso sí, por supuesto se rodea de patanes enormes que lo tirarán por tierra. Estos peones se dividen en las dos categorías habituales: los que aparecen para morir de forma estúpida y los tienen líneas de diálogo y lo harán de forma algo más llamativa. Los primeros caen como moscas en los tiroteos, mientras el héroe protagonista corre por cualquier parte entre lluvias de balas sin que le pase nada. Los segundos son descritos con algún detalle sencillo y reconocible, que como suele ocurrir se limita a que están locos de remate y hacen gilipolleces una detrás de otra; además, los pobres actores tienen que poner muecas y gestos de cabreo ante las habilidades del héroe mientras aguantan la risa por la incompetencia infinita de sus roles. Y por supuesto, no falta al final la aparición del bueno traidor, en una escena que grita a los cuatro vientos «eh, que no solo es de acción, tiene también un argumento enrevesado y sorprendente». Sí hombre, sí.

En el bando de los buenos tenemos la misma mierda. La chica competente que los generales cabezones echan a un lado, porque uno llega a general de no sé cuántas estrellas siendo idiota e inmaduro. Además estos altos mandos son temblorosos e indecisos y dejan todo para el protagonista, porque el héroe debe ser siempre superior a todos aunque eso vaya contra la verosimilitud del relato. El presidente es súper majo y perfecto en un mundo donde todos los demás son los que fallan en algo y tienen la culpa de las cosas malas; eso sí, en un requiebro magnífico, Emmerich nos cuela como presi a un negrata de barrio, con sus zapatillas de baloncesto y todo. Y el plato fuerte es el protagonista. Dejo que adivinéis su vida… Sí, es un buenazo muy resuelto pero con algunas torpezas que lo tienen a punto de quedarse sin trabajo, y por su puesto la aventura lo encumbrará donde merece. Sí, tiene una exmujer y una hija preadolescente con las que no consigue llevarse bien por mucho que lo intente; por suerte, la chiquilla no es el clásico niñato insoportable, cumple sin molestar, y la ex aparece durante tres milisegundos. Como es esperable, resolverá todo con sus superpoderes: esquivar balas, hacer que los malos se cabreen tanto que fallen en sus planes, verse en cada situación en el momento justo, etc. Y todo terminará con la reunión familiar y demás instantes pseudo lacrimógenos.

La puesta en escena de Emmerich es plana y aburrida. No ofrece nada destacable, pone la cámara donde dice el manual y nada más. Pero lo peor es que el nivel de los efectos especiales deja mucho que desear: costó 150 millones y parece un telefilme. Lo poco que hay artesanal no luce: los tiroteos son simples a más no poder, las carreras por los pasillos nada espectaculares, los duelos del protagonista con los villanos son tan previsibles que no emocionan lo más mínimo. Emmerich busca un envoltorio grande y supuestamente impresionante, que para eso es una superproducción, mostrando muchos planos aéreos de la Casa Blanca y una batalla final con helicópteros, pero estos se resuelven con unos efectos digitales horribles. Las pantallas de fondo son de serie barata, se notan mucho y las escenas quedan muy falsas, muy cutres. Los vehículos y extras digitales se ven muy falsos, color, textura y movimientos no convencen en absoluto. ¿Con 150 millones no se podían hacer unos efectos digitales no solo de buen nivel, sino espectaculares? En Los Vengadores y Transformers casi toda la ciudad, durante sus batallas principales, está recreada digitalmente y no se nota en ningún momento, de hecho, resulta alucinante. No es cuestión de dinero ni del tipo de efectos especiales, sino de que hay que tener un buen director/productor que sepa rodearse del equipo adecuado y gestionar bien los recursos… y pensaba que Emmerich lo era: ¿cómo puede Independence Day lucir diez veces mejor que Asalto al poder con casi veinte años de diferencia entre una y otra? Porque la cadena de mando ha fallado, no se ha contratado a la gente adecuada, no se ha invertido bien el dinero, no se ha dirigido bien la producción, etc. Por cierto, los efectos sonoros son flojos también. Los tiroteos suenan todos iguales, no falta el abuso de tics (las pantallitas haciendo pipipi) y aparece un nuevo efecto sonoro de esos sin pies ni cabeza: las granadas con cuenta atrás sonora.

Lo único salvable es el carisma de Channing Tatum, que parece tomarse la película a cachondeo y se le ve bastante resuelto en su papel de clon de John McClane. Por lo demás, Asalto al poder es una abominación de grandes proporciones que vuelve a recordar las eternas preguntas: ¿por qué pocos entienden que el cine de acción debería ser medianamente inteligente también?, ¿por qué estos productos de ínfima calidad llegan a aprobarse?, ¿por qué el espectador no les da la espalda?, ¿por qué no se invierte esa pasta en hacer algo original?, ¿es que no hay guiones de mayor calidad circulando por Hollywood?…

Ver también:
Objetivo: la Casa Blanca (Olympus Has Fallen).