Wonder Woman 1984, 2020, EE.UU.
Género: Fantasía, acción.
Duración: 151 min.
Dirección: Patty Jenkins.
Guion: Patty Jenkins, Dave Callaham, Geoff Johns, William Moulton Marston (cómic).
Actores: Gal Gadot, Pedro Pascal, Chris Pine, Kristen Wiig, Robin Wright, Connie Nielsen, Amr Waked, Lucian Perez.
Música: Hans Zimmer.
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Valoración:
Lo mejor: Pedro Pascal está inmenso, Kristin Wiig bastante bien. Gal Gadot y Chris Pine tienen química. De alguna forma, consigue ser medianamente entretenida, aunque a veces te rías por lo cutre que es.
Lo peor: Muy limitada en historia, desarrollo de personajes, moralejas y escenas de acción, que deslucen otro poco porque en lo visual es horrible, con efectos especiales pésimos. No tiene sustancia, es ingenua, anticuada y demasiado larga.
La frase: La vida es buena. ¡Pero puede ser mejor! -Maxwell Lord.
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DC SIGUE SIN DAR PIE CON BOLA…
Después del fracaso artístico de los episodios centrados en los héroes más conocidos de DC Comics, Superman y Batman, y no cumplir del todo con lo esperado en la recaudación, Wonder Woman y Aquaman recibieron aceptables críticas y dieron mejores resultados económicos, así que el estudio decidió potenciar esa tendencia menos pretenciosa, más centrada en aventuras sencillas. Por ello, muchas eran las esperanzas puestas en Wonder Woman 1984, destinada en este caos de serie a terminar de asentar la nueva línea. Pero conforme la pandemia de coronavirus dejaba al cine en coma, Tenet (Christopher Nolan, 2020) le pasó el testigo de la ingrata tarea de darle nueva vida al séptimo arte, sobre todo porque es la primera cinta importante en estrenarse simultáneamente en cines e internet, con Warner Bros. usando su filial HBO para tratar de salvar las cuentas. Que haya hecho falta una crisis global de este calibre para que los grandes estudios vean que los canales de streaming son un aliado y no un enemigo…
Pero no dan pie con bola en esta saga, por mucho que cambiaran de productores principales y de rumbo tras los continuos batacazos del cerebro creativo, Zack Snyder. Por un lado, la improvisación sigue presente, con torpes intentos de reconducir personajes secundarios Aves de presa de Cathy Yan, otro desastre). Por el otro, se aferran a autores que no han mostrado talento alguno. La segunda entrega de la heroína recae de nuevo en manos de Patty Jenkins, y se ha estrellado en taquilla, perdonable dada las circunstancias, pero también en calidad, arrastrando un boca a boca nefasto, lo que limitará su proyección en los hogares y sigue minando la imagen DC.
Y EL PÚBLICO ES VOLÁTIL
Eso sí, este nuevo fracaso no desalienta a los fanáticos. El anuncio de una versión extendida de La liga de la justicia firmada por Snyder (que se emitirá en HBO en exclusiva) ha vuelto a avivar la chispa de la esperanza, Snyder se ha convertido en un mesías que retorna para salvar… lo que él mismo hundió. La realidad estaba clara ya desde Batman vs. Superman: aquí no hay nada que salvar. Sólo el virtuoso James Gunn podría conseguir un buen título con su versión de Escuadrón suicida, pero de ser así, a estas alturas resultaría una anécdota entre un sinfín de desatinos.
También hay que señalar lo volatil que es el público. A Wonder Woman se la consideró una cinta de notable (7.4 en IMDb, 6,3 en Filmaffinity) a pesar de sus notorias carencias, y la presente tiene los mismos problemas pero ahora la gente los considera graves, incluso una traición a la serie, llevándose un aprobado por los pelos (5,5 y 5 respectivamente). Pasó lo mismo con El Señor de los Anillos y El Hobbit, y con Harry Potter y Animales fantásticos, por citar los casos más destacables. La gente se une a las modas sin mostrar criterio propio, y lo que un día es bueno al siguiente es malo o viceversa.
FALLIDA MIRADA A LOS OCHENTA
Da igual que en los episodios precedentes de la saga nos indicaran que Diana, tras la primera guerra mundial (Wonder Woman), decidió aislarse del mundo y solo vuelve a dar la cara en el presente para ayudar a Batman y Superman contra el trol raro aquel (Batman vs. Superman). Da igual que la nostalgia con los años ochenta a estas alturas resulte cargante, la gente empiece a estar hartita de tanta mirada al pasado. Patty Jenkins se ha empeñado en revivir esa época, en homenajear al género en su nacimiento cinematográfico (Superman de Richard Donner -1978-, Batman de Tim Burton -1989-), y el estudio, otrora muy de meter mano por doquier, ahora le ha dado carta blanca sin más. La autora se obsesiona tanto con ello que se olvida de que su historia y personajes tengan vida propia, se atasca en la repetición de los argumentos, escenarios y clichés más trillados y obsoletos. Si ya la primera entrega acusaba la falta de originalidad, seguía demasiado a rajatabla los estereotipos, ¿en qué cabeza cabe pensar que emular aún más al género va a dar mejores resultados?
El prólogo en el centro comercial nos introduce en ese ambiente de homenaje… y deja claro el fallido tono. En vez de emocionar, de llevarnos a revivir esa época dorada de la fantasía que marcó la infancia de un gran sector del público, se ve muy forzado. Toda la situación resulta un tanto esperpéntica, una serie de referencias y chistes metidos a martillazos, apilados hasta desbordar, hasta hacerte torcer el gesto: nada encaja, nada hace reír, por momentos provoca vergüenza ajena. La falta de verosimilitud es demencial: Diana ha sido grabada (tarda en romper las cámaras) y vista por todos, no parece tomarse muy en serio lo de esconderse, y aun así la sociedad parece no percatarse de su presencia. Y bueno, también cabe preguntarse por qué se entretiene en perseguir a unos ladronzuelos, con todos los males que habrá en el mundo ocurriendo en ese momento. Y de nuevo, inevitable pensar en malos mayores, como la segunda guerra mundial.
El estilo relajado se mantiene en el resto del relato. En la primera entrega saltamos de la línea oscura y presuntuosa de Snyder a una mucho más ligera, estilo Superman de Donner, y ahora se inclina hacia una vena cómica en la onda de Batman de Burton. Con esta fórmula, la presentación de cada personaje secundario resulta demasiado previsible y por momentos hilarante, manteniendo una mezcla de no sé si me hace gracia por simpática o por cutre. Las versiones de Catwoman encarnada por Barbara Minerva y de Lex Luthor en manos de Maxwell Lord resultan tan añejas y simplonas que a veces provocan rechazo, otras la familiaridad y el tono absurdo transmiten cierto encanto.
Así, Jenkins se queda más cerca de la imitación burda que del homenaje, y se inclina peligrosamente hacia el cine cutre más que hacia la parodia ágil. Habrá quien choque frontalmente con su tono ingenuo y caótico, y quien se divierta con esta versión desenfadada del género. Salvando ese barrera, el mayor problema que se presenta es que en todo momento sabes qué escena vendrá a continuación, cómo se desarrollará la transición hacia villanos y cuándo llegará la confrontación. Los anhelos, los traumas, las justificaciones con escenas tan manidas como la pelea con el hijo y el choque con el borracho machista, van mostrando tan poca imaginación que no hay manera de encontrar motivos hay para engancharte a sus aventuras con fuerza. Y si encima tenemos momentos grotescos, como cuando Barbara convierte su jersey feo en un traje con minifalda ajustada muy erótico con un solo estirón, pues más difícil lo pone.
Al menos cuentan con dos buenos actores que suavizan un poco la situación. Una competente Kristen Wiig es capaz de limitar un poco el factor vergüenza ajena, y el enorme Pedro Pascal llena la pantalla con su carisma y versatilidad, redimiendo magistralmente a un personaje muy limitado y resultando lo único destacable y recordable de la película.
SIN NOVEDAD NI MADURACIÓN ALGUNA
Diana Prince no viene a enriquecer el conjunto, porque no hay evolución alguna en ella y en la trama, tenemos prácticamente en la misma situación que en la primera película. Su simpatía apenas mantiene el interés.
No entiendo el largo y tontorrón prólogo en Themyscira, cuando ya tuvimos flashbacks en el episodio precedente para mostrar sus orígenes. Se puede decir que con ello se matiza que era una niña ingenua que ha madurado en el mundo real, pero precisamente de eso iba aquella entrega, y aquí se reincide otra vez sin añadir ningún nuevo matiz a su personalidad ni a la historia de su pueblo.
Themyscira y estas mujeres maravillosas vuelven a dejar mil preguntas. De dónde salen sus poderes, cómo se reproducen, si crecen y envejecen más lentamente o dejan de envejecer al llegar a adultas… En la primera entrega me quejaba de que no se explicaban claramente las habilidades de Wonder Woman, dando la impresión de que es más ágil y fuerte que el ser humano y ya está, no es nivel Superman, de hecho, parecía temer a las balas, se cuidaba mucho de pararlas con su armadura. Pero aquí de repente tienes que asumir que era inmune a las balas, porque al perder poderes estas la hieren (y qué casualidad que ahora sí la alcancen). Pero no queda ahí la cosa, porque ahora tiene la capacidad de generar una burbuja de invisibilidad a su alrededor, que bueno, sabemos que sus compañeras podían hacerlo, pero explica algo en vez de perder el tiempo en el prólogo en cosas reiterativas. Y luego también, después de vivir miles de años, le da por probar si vuela, y vaya que si lo hace, porque sí, porque mola. En la próxima entrega, sin justificación alguna, se teletransportará o alguna chorrada así.
Trevor aporta aún menos al conjunto, aunque al menos la justificación de su aparición no rechina demasiado. Su presencia es mitad receso cómico y mitad cliché romántico. El choque cultural con los años ochenta tiene alguna escena bastante graciosa, pero es una subtrana que no tiene relevancia alguna. Cuando desaparece, realmente ni lo echas de menos ni te acuerdas de que estuvo aquí.
Gal Gadot y Chris Pine me parecen algo más resueltos por separado que en el episodio inicial, y juntos mantienen la química, así que aunque la mitad de sus encuentros sean poco trascendentales, algunos resultan bastante agradables, como la prueba de ropa, aunque en el fondo es una escena bien tonta y nada original, pues estaba ya en la primera entrega. Otros instantes no hay manera de salvarlos, como el cansino vuelo en avión. Pero en momentos cumbre todavía se ven enormes limitaciones en Gadot: en la confrontación y los dilemas finales está bastante mal, su expresión de dramatismo forzado vale para todo y no convence en ningún momento.
La trama no parece arrancar ni concretarse nunca. Ya la misma premisa del artefacto que concede deseos es bastante infantil, pero lo poco que da si en el drama y el humor, la manera en que Jenkins se atasca en situaciones y escenarios primarios y da vueltas en círculos, va minando la poca energía del relato, habiendo tramos en que es inevitable desconectar.
Cuando por fin se encamina hacia la confrontación, como se veía venir, no hay una remontada, continúa con la misma pasividad y ahogada en tópicos. La vulgar imitación a Superman y Batman va engullendo prácticamente todas las escenas, y la sensación de déjà vu con Wonder Woman es constante. Si es que hasta el final es el mismo y genera la misma incongruencia: de repente todo el mundo se vuelve bueno y se perdonan entre todos… Entonces, ¿porqué entre ese año y el presente vuelve a haber guerras y ambiciones desmedidas?
Lo peor de la cinta es el exceso de ese pseudo feminismo que se lleva ahora, que es más bien odio hacia el hombre. Diana se queja de que atrae moscones y babosos… pero a la vez va de diva luciéndose por todas las fiestas, y peor aún, da la impresión de que entre las escenas de acción se para a maquillarse, como si le sobrara tiempo. Barbara llora porque no le no le hacen caso, y la única forma que tiene de conseguirlo es convirtiéndose en un putón. Realización laboral, inteligencia, capacidades varias… nada de eso se tiene en cuenta, sólo el físico vale para Jenkins, incluyendo el repartir hostias: cada hombre de la película se lleva su varapalo cuando no paliza con saña. Todos menos Trevor, que es el príncipe azul, el sueño imposible, inalcanzable.
Por extensión, las moralejas son simplonas, ingenuas. Quitando esos delirantes excesos con el feminismo violento, todo es blando, cursi. Aceptarse a uno mismo, amar al prójimo, la familia por encima de la codicia, paz entre los pueblos… Con esto último, expuesto a través del típico enfrentamiento entre árabes y rusos contra occidente, la simplificación es tan burda que resulta ridícula.
También se podrían dedicar varios párrafos a las vaguedades cuando no agujeros de guion, aunque me limitaré a dos muy chocantes. Un piloto los años treinta maneja sin más un caza de última generación de los ochenta, que además tiene combustible para cruzar el charco un par de veces. Por lo visto, Roma y otras grandes civilizaciones cayeron por luchas de egos personales exclusivamente, no por cambios migratorios, sociales, económicos, climáticos…
PUESTA EN ESCENA MEDIOCRE
La floja puesta en escena empeora la situación. Es otro campo donde Jenkins andaba muy justa en el episodio inicial, y en vez de encontrar maduración observamos desgana, vicios crecientes, y para rematar, unos aspectos técnicos horrendos. No es admisible que una gran superproducción actual de 200 millones de dólares parezca no una obra barata, sino una de hace treinta o cuarenta años. ¿Es que en pos del homenaje ochentero han rodado con técnicas y recursos de aquella época?
Si el ritmo en los escenarios pausados (dramáticos o cómicos) es moroso, al menos que las escenas de acción levanten el nivel, te dejen asombrado… Pero ocurre lo contrario, la monotonía se extiende a ellas, todas se ruedan con una parsimonia desesperante. Con las torpes labores de dirección y montaje quedan unas peleas cuerpo a cuerpo o a tiros caóticas, donde no hay sensación de peligro y premura sino desconcierto. Diana y Barbara parecen ir cansadas en cada ataque, despacio, con saltos en los que más que ímpetu dan la impresión de flotar. Y eso cuando no hay absurdas cámaras lentas.
La batalla central entre camiones militares carece de originalidad y el acabado visual termina de minar su escaso sentido del espectáculo. Las pantallas de fondo cantan un montón, y lo intentan tapar haciendo que los elementos en primer plano (actores principalmente) estén borrosos o semitransparentes para que no se note tanto; lo dicho, técnicas de los años ochenta. El combate final aburre desde su concepción (un mero trámite a cumplir: la pelea de heroínas y hacer entrar en razón al villano), pero en la ejecución empeora: ambientada de noche y casi sin ver nada, para que no cante horrores la chapucera versión animal digital de Barbara, y ya sin inspiración alguna en la pelea, es todo colgarse de los cables y lanzarse de acá para allá. Pero hay un momento peor, tan penoso que no sabía si reír o llevarme las manos a la cabeza: la escena de vuelo es indescriptible, propia de un serial como Lois y Clark (Jerry Siegel, Joe Shuster, 1993), que ya era ramplón en sus tiempos; hay momentos en que ni el pelo se agita en oposición a la dirección del viento.
La fotografía sí sigue un estilo actual… uno deleznable, la obsesión por los colores cálidos para conseguir un resultado fácil sin esfuerzo, pues se supone el contraste entre naranjas y azules es agradable para el espectador. Pero el abuso de este recurso da pie a muchas películas, como esta, de colores saturadísimas, con cielos más verdes que azules y naranjas muy cargados por todas partes, de hecho, los personajes parecen acalorados en todo momento.
En tierra de nadie queda la banda sonora de Hans Zimmer. Dijo en 2016 que dejaba el mundo de los superhéroes, y aquí sigue, dando la paliza en varias sagas. Está en su línea comercial, ofreciendo un trabajo con poca personalidad, confeccionado mayormente con bibliotecas sonoras y pregrabados. Es impersonal, suena a visto. Cumple con su cometido, apoyar la narrativa, con lo justo pero sin dejar huella. Eso sí, el tema de principal de Wonder Woman, ese con guitarras horteras tan disonante que le encasquetó a Junkie XL en Batman vs. Superman y con el que tuvo que cargar Rupert Gregson-Williams en Wonder Woman, aquí lo ha cambiado por completo para adecuarlo a la sinfónica electrónica; a buenas horas se da cuenta de que estaba fuera de lugar. Esta partitura se podría intercambiar con X-Men: Fénix oscura (2019) y nadie se daría cuenta. Algo más esforzado, pero no mucho tampoco, estuvo en El hombre de acero y Batman de Christopher Nolan.
Wonder Woman 1984 roza muy de cerca el cine cutre. Si vas a lo básico del género, al menos añade giros inteligentes y originales, y un buen espectáculo. Pero queda claro que Patty Jenkins no tiene imaginación, visión, ni apenas talento. En vez de maduración respecto a la floja primera parte se observa algo de estancamiento. Como aquella, dentro de su ingenuidad y torpeza consigue ser mínimamente entretenida, incluso a pesar de su duración excesiva, pero las carencias son muchas y demasiado notorias. Es otra muestra de la falta de rumbo y calidad de la saga DC.
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Saga La liga de la justicia:
– El hombre de acero (2013)
– Batman vs. Superman: El amanecer de la justicia (2016)
– Escuadrón suicida (2016)
– Wonder Woman (2017)
– La liga de la justicia (2017)
– Aquaman (2018)
– Aves de presa (2020)
-> Wonder Woman 1984 (2020)
– La Liga de la Justicia de Zack Snyder (2021)