El Criticón

Opinión de cine y música

Archivos mensuales: enero 2013

Desafío total (2012)


Total Recall, 2012, EE.UU.
Género: Acción, ciencia-ficción.
Duración: 115 min.
Dirección: Len Wiseman.
Guion: Kurt Wimmer, Mark Bomback, Philip k. Dick (relato).
Actores: Colin Farrell, Kate Beckinsale, Jessica Biel, Bryan Cranston, Bill Nighy.
Música: Harry Gregson-Williams.

Valoración:
Lo mejor: Efectos especiales impresionantes. Gran recreación del futuro.
Lo peor: Simple y sin garra.
Título en latinoamérica: El vengador del futuro. ¿De qué se venga? ¿Dónde está el viaje al pasado?
Director’s Cut: Hay dos versiones de la película, una con 118 minutos y otra con 130: la productora la recortó mucho para el estreno en cines pero en dvd el director pudo ofrecer su visión. No he encontrado una comparativa entre ambas, pero al parecer en la versión corta se omiten cosas importantes.

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Como la producción de Paul Verhoeven (1990), Desafío total se inspira en un relato de Philip K. Dick donde un currante aburrido decide hacer un viaje virtual para llenar de emoción su vida. Pero el proceso falla porque su memoria ya se haya alterada, y descubre entonces que es un espía atrapado y puesto a dormir en una vida hecha a medida, y ahora deberá averiguar cuál era su trabajo y objetivos y quiénes su amigos y aliados.

Mientras que en la cinta protagonizada por Schwarzenegger el argumento se desarrollaba como un thriller intenso, lleno de misterio y acción, aquí resulta superficial, constreñido entre tiroteos y persecuciones donde solo se busca el efecto especial aparatoso y se olvida (algo habitual en el cine actual) de dotar de verdadera entidad y credibilidad a los personajes. Poco o nada interesa el destino del protagonista y quienes van apareciendo en su camino, pues ninguno posee el carisma y la fuerza que ofrecía el enorme plantel de la versión anterior. Ya puede sudar Colin Farrell, tener peleas con las aburridas féminas (Kate Beckinsale, Jessica Biel), enfrentarse a villanos supuestamente importantes (desaprovechado Bryan Cranston) o haber algún giro final sorprendente (el del tatuaje, ridículo, el de la misión secreta, poco resultón), que nada llega a despertar suficiente interés como para que días después de la proyección se siga pensando en la película, algo que sí ocurría con la otra. El camino que se sigue está además muy trillado: sabes perfectamente cuándo aparecerá una persecución, cuando un tiroteo, cuando una pelea a puñetazos… y también se prevé cómo acabará cada secuencia y qué vendrá después.

Este fallido aspecto de narración lineal se debe en gran parte a que no se aprovecha lo más mínimo el género de ciencia-ficción, porque lo único que se hace es trasladar cualquier elemento del cine de acción actual a un entorno digitalizado. Por ejemplo, la persecución por tejados tiene casas del futuro y unos cuantos robots, pero en realidad no se añade nada en contenido y resultados a lo visto en innumerables películas ancladas en el presente. En la de Verhoeven cada nuevo escenario estaba lleno de sorpresas y aportaba alguna secuencia si no importante sí espectacular, y sobre todo como en cualquier buena película de ciencia-ficción el escenario, el universo planteado, tenía sentido, se integraba en la trama, era parte de los personajes. Aquí solo los retazos de lucha obrera parecen ir hacia alguna parte en relación con la aventura del protagonista, pero es algo poco trabajado: es difícil enterarse de cómo se llegó a esa situación (se tienen que explicar cosas mediante rótulos al inicio porque en la trama no saben meterlas) y al no haber secundarios de calidad que sustenten el entramado social imaginario (como los mutantes) todo queda en un trasfondo muy vago sobre el que se orquesta una simple aventura de acción.

Al menos, como cinta de acción funciona sin muchos achaques. Es un no parar donde todo se desarrolla a toda velocidad y con ello disfraza bastante bien su guion tan facilón. De hecho, hay tramos trepidantes muy logrados, como la larga persecución de coches magnéticos. Aunque eso sí, debo decir que hay una sección bastante salida de madre: la parida del viaje por el interior del planeta no hay por dónde agarrarla. Y por supuesto, cuando cobra importancia la trama se ven sus limitaciones, como en el enfrentamiento final, que resulta demasiado predecible.

Es ineludible destacar que el nivel de los efectos especiales es impresionante, sobre todo teniendo en cuenta que el presupuesto no era de los gordos (120 millones está muy por debajo de los 200 estandarizados hoy día para superproducciones). El diseño de la ciudad (casa sobre casa hasta llenar el cielo) es detallado, los fondos digitales y decorados son impecables, la interacción de personajes con el entorno resulta creíble y la dirección de Len Wiseman (Underworld, La jungla 4.0) es francamente buena y lo aprovecha todo muy bien.

Por su ritmo intenso y su acabado visual espectacular es un visionado más que aceptable si te atrae el género. Pero es una pena que el guion de Kurt Wimmer sea tan poca cosa, con lo que a pesar de tener experiencia en el género (Ultravioleta, Equilibrium, Esfera) sigue defraudando.

El hobbit: Un viaje inesperado

The Hobbit: An Unexpected Journey, 2012, EE.UU.
Género: Aventuras, fantasía.
Duración: 169 min.
Dirección: Peter Jackson.
Guion: Peter Jackson, Fran Walsh, Philippa Boyens, J. R. R. Tolkien (novela).
Actores: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, Ken Stott, Cate Blanchett, Hugo Weaving, Christopher Lee, Andy Serkis, Sylvester McCoy, Graham McTavish, William Kircher, James Nesbitt, Stephen Hunter, Dean O’Gorman, Aidan Turner, John Callen, Peter Hambleton, Jed Brophy, Mark Hadlow, Adam Browm, Ian Holm, Elijah Wood.
Música: Howard Shore.

Valoración:
Lo mejor: Vestuario y maquillaje (orcos y enanos espectaculares).
Lo peor: Guion inexistente, dirección horrible. Historia atropellada, personajes endebles. Duración descontrolada. Escenas de acción absurdas y ridículas.
Mejores momentos: El relato del destino de la familia de Thorin. El perdón a Gollum.
Peores momentos: El numerito a lo Disney con la vajilla. Los gigantes de piedra. La batalla con los orcos de principio a fin: los puentes colgantes, los enanos con superpoderes, los orcos muriendo como moscas, las caídas imposibles por barrancos, la escenita del árbol y el larguísimo paseo en águilas.
El plano: Hobbiton en todo su esplendor.
La frase: El mundo no está en tus libros y mapas. ¡Está ahí fuera! -Gandalf a Bilbo.

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Cabría esperar que tras diez años y un par de títulos más en su filmografía Peter Jackson habría adquirido mayor experiencia a la hora de escribir y dirigir películas, pero lo cierto es que la trayectoria no prometía demasiado, pues King Kong (2005) seguía mostrando todas las deficiencias y tics de los que hizo gala en la trilogía de El Señor de los Anillos y The Lovely Bones (2009), un intento de drama más serio, fue bastante machacado por la crítica. Peor se presenta el panorama cuando se piensa en que el éxito enorme de su fallida versión de la saga de la Tierra Media le daría sin duda carta blanca para continuar por el mismo camino. Finalmente el visionado de El hobbit me confirma su nula maduración artística y su empeño en aferrarse a su equivocada forma de entender la obra de Tolkien y cómo debe ser llevada al cine.

Así pues, El hobbit no tiene guion y Peter Jackson y sus colaboradoras Fran Walsh y Philippa Boyens parecen haber rodado otra vez con el método de grabar todo lo que se le ocurría sobre la marcha para luego editar un apaño de película en la sala de postproducción. La trama, resumible en cuatro líneas, se intenta definir aquí y allá pero con tal torpeza que se enmaraña innecesariamente. Los protagonistas no logran tomar forma del todo a pesar del tiempo que tienen en pantalla. Cada escena por separado es larga y tediosa y a la hora de formar un todo apenas tienen fluidez y coherencia, por no decir que algunas secciones sobran por completo. Por ello la duración de la cinta es descomunal e injustificable y la proyección se hace eterna (y encima tendrá versión extendida). No consigo entender cómo a gran parte del público puede resultarle entretenida.

Empezamos con un prólogo larguísimo que enlaza varias secuencias de mala manera. Para señalar que estamos en una historia previa a la aventura de Frodo, con Bilbo de joven, Jackson escribe líneas y líneas de diálogos vagos e incapaces de ir al grano, y empalma de forma lamentable la presencia de Frodo (sobra por completo, no hay razón alguna para mostrarlo) para luego, después de tanto jaleo, meter de sopetón el salto al pasado, a la aventura Bilbo con los enanos. Entre medio intercala la presentación de Smaug y el pueblo de los enanos, con demasiados minutos para algo que debería resumirse más, pues no es especialmente complejo y alargarlo confunde al espectador.

La presentación de Gandalf resulta también confusa. No se sabe qué ve en el hobbit para escogerlo, y no se aclara después, sino todo lo contrario, con frases crípticas como la de «lo escogí porque tengo miedo». La llegada de los enanos se sintetiza muy bien, con un toque de humor bastante conseguido, pero la estancia en casa de Bilbo se eterniza, se alarga, se alarga y se alarga hasta el infinito (incluso con un par de canciones introducidas con calzador). Y todo ello, de nuevo, para mostrar algo que cabía en muchos menos minutos, que hubiera funcionado mejor de forma más directa y contundente. Además debemos soportar la escenita de la vajilla, donde los enanos hacen alarde de un poder mágico que no sé de dónde sale: son capaces de hacer levitar objetos. También cabe preguntarse cómo Bilbo tiene tal despensa (con mucha comida perecedera) si vive solo.

En medio del camino aparece la extensión de la historia de El hobbit tomando datos de los apéndices que acompañan a algunas ediciones de El Señor de los Anillos, pues la obra de Tolkien era algo que siempre estaba creciendo y varias historias paralelas a El hobbit que enlazan con El Señor de los Anillos se relatan o extienden en ellos. Es una decisión que entiendo e incluso aplaudo, pues da más fuerza a una novela muy sencilla y enlaza bien con la anterior trilogía; otra cosa claro está es el resultado.

Presentan a Radagast y este al mal que asola el Bosque Negro (antes Verde) en una posible forma de nigromante. La introducción del mago en boca de Gandalf funciona (oh, sorpresa, diálogos correctos que llevan a algo tangible), pero Radagast es un risorio, una especie de Jar Jar Binks hiperactivo o drogado (¿la frase «el abuso de setas le nubla el juicio» es un chiste buscado a propósito o sale sin querer de los cutres diálogos?). La parida del nido en la cabeza, con las cagadas colgando por la cara, o la chorrada del carro tirado por conejos ponen de manifiesto otro problema que ya se intuía con la escenita de la vajilla: ¿pero esto es para adultos o para niños? Peter Jackson no es capaz de decidirse, e incluye salidas de tono demenciales en un contexto inadecuado, en un fallido intento de llevar el tono de la anterior trilogía pero ser fiel a una novela muy infantil. Como siempre, va sobre la marcha, improvisando como bien se le ocurre. El resultado es que de una escena sacada de Disney pasa a otra con monstruos escalofriantes y amputaciones, guardando ninguna coherencia estilística.

Otra prometedora inclusión de la historia de la Tierra Media es el relato sobre el destino de los enanos y de la familia de Thorin, una epopeya bien mostrada entre el prólogo y un inciso posterior que aporta un llamativo poso a la personalidad del enano. Estos añadidos otorgan al relato un aura de complejidad con un tono épico lleno de potencial que ya veremos si se desarrolla bien en el conjunto de la nueva trilogía. Como aspecto negativo, de nuevo la exposición de tanta información no se hace correctamente, pues el desenlace de la batalla y sus consecuencias no quedan muy claros.

Seguidamente, el encuentro con los trols cabría esperar que serviría para definir el rol de Bilbo en el grupo y hacer que ganase prestigio, pero ya sabemos que Jackson no permite que sus personajes avancen o evolucionen gradualmente, sino que deben hacerlo de golpe al final, así que toda la escena, todo el ingenio del hobbit, no sirve para nada. Y claro, cabe preguntarse entonces por qué se incluye una secuencia tan larga si no aporta nada al desarrollo de la aventura y sus protagonistas.

Hablando de tiempo mal empleado, por alguna razón que se me escapa Jackson decide meter una persecución con orcos y huargos. En el trajín, en un sorprendente e inesperado (por inteligente) apunte de guion Gandalf lleva a los enanos a Rivendel con disimulo, pues eran reticentes a ello. Sin embargo, el proceso es un tanto confuso debido a la errónea elección de la localización, del paisaje. Por otra razón incomprensible decidieron rodar en los parajes destinados en la anterior trilogía al país de Rohan y los jinetes de Theoden y Eomer. Y claro, cuando aparecen los jinetes elfos la gente que no ha leído los libros (comprobado por mí mismo cuando la vi en el cine) se pregunta por qué hay elfos allí, o por qué los enanos van por ese camino, y por qué a través de una cueva llegan repentinamente a Rivendel. En otro momento sorprendente vemos que hay elfos y música en Rivendel, siendo esta la única corrección que ha realizado Jackson sobre sus errores. Igualmente, el contraste de los rudos enanos con los delicados elfos y los chistes con la comida son el único momento humorístico que funciona, que no resulta estúpido. Por el contrario, la forzada y casual revelación de las runas en boca de Elrond resulta muy precipitada a pesar de su importancia, amén de exagerada: ¿era necesario tanto enredo con la piedra blanca y los rayos de luna?, ¿no podía colarse mejor la casualidad de la fecha?

Si Radagast presenta el asunto del mal que regresa, cosa que no quedaría mal si no fuera por su estulta presencia, en Rivendel se forma un repentino concilio de sabios que ahonda en el tema. Un concilio que no sabe de dónde sale, pues no se explica cómo ni por qué se reúnen, y que vuelve a poner de manifiesto la falta de calidad de los diálogos y de la exposición de la trama. Las explicaciones de Elrond metidas a golpes (y reinventando la historia del Rey Brujo de mala manera) y la fallida presencia de Saruman muestran como Jackson desconoce el término sutileza, dando unos instantes que provocan vergüenza ajena. Lo peor de todo es como pone de malote y cabezón a Saruman, como si fuera gilipollas perdido, en otra de esas técnicas que Jackson emplea a menudo: rebajar un personaje para ensalzar a otro, pues Gandalf es el protagonista y debe quedar como el listo que resuelve las cosas. Otro elemento difícil de entender es la confabulación entre Galadriel y Gandalf, poco explicada, sin razones ni destino claro. Además, aquí se da una de esas escenas sin pies ni cabeza que aparecen de vez en cuando, cuando Jackson se levanta creyéndose Uwe Boll: ¡Galadriel es un holograma o se teletransporta!

Partiendo de Rivendel pareciera que nos lanzábamos al desenlace de la cinta, con el conflicto con los orcos bajo la montaña, pero de repente nos vamos a un anexo delirante que no aporta nada excepto tirar por los suelos definitivamente la credibilidad de la aventura. Los gigantes de piedra son el colmo de la catástrofe que supone tener a un patán como Peter Jackson en las riendas de este proyecto. Tanto por contar, tantos protagonistas que necesitan mejorarse, tanta magia en historias y personajes disponible… y se monta una escena mastodóntica de montañas que se tiran piedras mientras los enanos están agarrados a las rodillas de los colosos. Y no se caen, y no les cae ningún cascote en la cabeza; se producen choques entre estas moles capaces de producir terremotos, pero nadie resulta aplastado ni herido. Y por si no hemos tenido suficiente, venga, pongamos a los personajes a punto de caerse por un barranco al final de la escena, sin venir a cuento, o quizá pensando que después de tanto efecto especial habría que meter de una vez por todas a los protagonistas en acción.

Diez minutos soportando esta parida indescriptible me sacó por completo de la película, y menos mal, porque de aquí en adelante la narración se sume aún más en este fatídico sendero. Como decía al principio, Jackson se vio con rienda suelta para explotar todas sus locuras. Las memeces de Legolas con el olifante en Pelennor o las paridas de Aragorn y Gimli acabando con orcos enormes como si fueran de papel en Helm son poca cosa comparado con lo visto en el tramo final de esta entrega. Y aquí no puedo sino preguntarme: ¿con Guillermo del Toro hubiéramos visto algo más maduro y centrado?

Cuando por fin son capturados por los orcos… bueno, cabría esperar un clímax final de infarto, con un escenario espectacular, unos enemigos temibles y con los personajes inmersos en situaciones extremas de forma que el espectador sudara de lo lindo, pero nada de emoción emerge de unas escenas tan aparatosas, exageradas y rebuscadas que resultan imposibles de digerir. ¿Qué pasa en el cine actual, que todo tiene que ser lo más rebuscado e increíble, dónde está la carga dramática, la vivencia de los protagonistas y la conexión de estos con el espectador? Y… ¿por qué el público se traga tanto fuego artificial vacío? En resumen, no puedo entender cómo tanta parida acumulada puede resultar interesante. ¿El destino de los enanos? Me importa bien poco, porque no se pone esfuerzo en hacer que su situación resulte trascendente, sino que se derrocha el tiempo en criaturitas digitales y escenas de acción imposibles. Los puentes colgantes infinitos (ahora resulta que los orcos son unos currantes de la hostia), los enanos que machacan orcos como si fueran maniquíes indefensos con técnicas surrealistas una detrás de otra (el ariete, los saltos entre puentes, los andamios móviles -qué cansino Jackson con esta tontería-)… Todo minuto de metraje desde que entramos en la cueva es un videojuego hortera sin sentido narrativo ni emotivo alguno. Hay momentos cumbre que rompen los esquemas de lo increíble y absurdo y llegan al más absoluto ridículo, como la caída de un andamio, con los enanos agarrados, por cientos de metros de barrancos. Digno del peor cine cutre. Y la cosa no acaba ahí, porque la escena del árbol que se cae o no se cae… qué largo y penoso, cuánto malabar rebuscado, cuánto se fuerza la credibilidad. El tacto y comedimiento de Jackson en las escenas de acción es nulo, y el resultado es grotesco. Y la emoción, cuando debe aparecer obligatoriamente con el duelo de Thorin… pues no lo hace, porque todo el envoltorio es esperpéntico.

Por fin llegan las águilas al rescate. Para una cosa que se podrían haber ahorrado, para algo que podrían haber mejorado con respecto al original… ¿Por qué no los llevan un poco más allá, por qué no los sueltan cerca de la montaña? Las águilas-taxi con limitación de viajes sobran en el libro, en la película no digamos. Y para colmo, la escena del vuelo se extiende y extiende durante interminables minutos sin propósito tangible alguno.

Pero entre todo este galimatías de ruido sin sentido hemos tenido el encuentro de Bilbo con Gollum, para muchos lo mejor de la película y una muestra clara del problema del resto del tramo final. ¿Por qué? Pues porque Bilbo y Gollum ofrecen una secuencia de guion y personajes, con diálogos sólidos con sentido y objetivo, con fuerza dramática capaz de despertar emociones en el espectador (y muchas: miedo, rechazo, tensión… pena, lástima, alivio…). El final de esta parte, con Gollum desolado y Bilbo azotado por la lástima, es muy triste. Una pena sin embargo que la concepción de Gollum siga siendo exageradísima, con esas dos personalidades tan evidentes y el tono malogrado de secundario cómico aún latente en algunos instantes.

El cierre de la aventura mediante un final con explicación-lanzamiento del siguiente capítulo resulta sorprendentemente bien ejecutado, viendo lo mal que terminó Jackson las otras entregas. Y la visión del Bosque Negro con la Montaña Solitaria al otro lado está mejor recreada que los planos del estilo en la otra trilogía, donde todo parecía estar a doscientros metros de distancia.

Con una película tan larga y tanta exposición de personajes cabría esperar unos protagonistas de gran nivel, de gran fuerza, pero Jackson ya dejó bien claro en El Señor de los Anillos que escribir personajes es uno de sus puntos más débiles. Con tal poso (novela, películas previas y cantidad de contenido llevado a la pantalla) era prácticamente imposible tener unos protagonistas horribles, pero joder, era facilísimo tenerlos enormes, y no lo consigue.

Bilbo Bolsón no es mal rol. Al menos, su evolución lleva a alguna parte y tiene sentido, cosa que no se puede decir de Aragorn o Frodo, por ejemplo. Sus problemas por la pertenencia al grupo le llevan a actuar de una forma u otra, sus dudas y temores son claros y consistentes, y su maduración evidente. Pero todo está un nivel bastante superficial y ligero, con lo que no veo que tenga la fuerza suficiente para sostener todo el relato: su indecisión y pasotismo se alargan demasiado, sus vivencias no me llegaron con fuerza ni en los momentos cumbre. Con decir que la breve presencia de Bilbo en La Comunidad del Anillo me llena mucho más…

Thorin Escudo de Roble tiene un gran trasfondo que le otorga un potencial enorme, y aunque va bien encaminado (es tan arisco y altivo con en libro, da instantes interesantes, como Gandalf cabreándose con él) poco da de sí y en momentos cumbre, en la habitual incoherencia de Jackson con los personajes, incluso se estropea. En el desenlace, cuando más debe ofrecer, resulta que es tonto del culo: se lanza a por el orco albino como un demente. Y por si fuera poco, empeora con otra de esas escenas típicas donde para reforzar un personaje (Bilbo rescatándolo) se cisca por completo en otro: qué forzada resulta la derrota del enano, qué patán resulta cuando hasta ahora parecía una gran figura; para rematarlo, casi llora como una nenaza al pedir perdón a Bilbo y aceptarlo en el grupo. De nuevo, lo sutil e inteligente no va con Jackson, sino lo cutre y directo. Como indicaba más atrás, cuando fin llega la evolución de Bilbo y Thorin, esta resulta forzada, repentina y bastante incoherente con lo visto anteriormente, hiriendo la concepción de estos personajes principales. Nada nuevo, y por lo que veo la gente está acostumbrada y le da igual que los protagonistas sean amalgamas sin sentido ni coherencia. Con todo, aun contando con este bajón Thorin es un rol más que aceptable, pero queda lejos del nivel de Boromir y Gandalf en La Comunidad del Anillo.

Gandalf el Gris, sea por eso de entrar y salir del relato, queda un poco en segundo plano, pero se muestra bien que se mueve por un plan y unos temores concretos en cuanto al ascenso de un posible enemigo. Esta determinación es algo que faltaba en Gandalf el Blanco en Las dos torres y El retorno del Rey. Galadriel, Saruman y Elrond quedan relegados a figurantes no muy bien empleados, y destacaban más en La Comunidad del Anillo. El resto de enanos pinta bien poco, algo no muy entendible dado el metraje con el que cuentan; qué difícil es ver hoy día grupos amplios de protagonistas donde hasta secundarios muy secundarios son bien definidos.

En los enemigos, si bien se contaba con la presencia del Rey Trasgo, se añade también a Azog, inspirado en cierta manera en la obra de Tolkien pero con presencia muy ampliada. Sin duda pensaron que los enanos debían tener un enemigo más focalizado, algo lógico, y lo cierto es que el orco albino es imponente y se introduce bien en la narración. El Rey Trasgo sin embargo es otro cantar. Su dicción perfecta y sus diálogos inteligentes… si aceptamos que hay orcos más sabios cabría esperar que efectivamente lo fuera, y que en consonancia con su posición fuera también un gran y temible líder… pero parece un personaje de Disney (sensación amplificada por su aspecto de dibujo animado), un villano cómico inaguantable que se complementa además con ese orco mensajero digno de Harry Potter. Es el remate de todo el desastre que supone la parte de las cuevas.

En cuanto a las labores de producción, como era esperable Jackson se rodea de un gran equipo técnico que recrea la Tierra Media mediante una dirección artística notable, un vestuario magnífico, un maquillaje sobresaliente, unos decorados de nivel, una música muy correcta… Recalco que el vestuario resulta exquisito y el maquillaje excepcional: los orcos son impresionantes (y a su lado los digitales quedan fatal) y los enanos se distinguen perfectamente, de hecho, mi temor a que algunos parecieran humanos o hobbits por no tener tanta barba ni enredos desaparece al verlos en movimiento.

Sin embargo, otros muchos de estos elementos están algo limitados, y no por cuestiones de calidad, sino porque al extender tanto una novela sencilla y nada abultada se produce otro fenómeno: la falta de contenido real, de puntos cumbre, implica que la magia de la Tierra Media se diluye mucho. Únicamente vemos La Comarca y Rivendel, ya conocidos, y las cuevas de los orcos, nada llamativas. En la anterior trilogía, cada paso abría una puerta a un nuevo lugar, civilización o grupo de personajes más o menos maravilloso y fascinante. Aquí sólo hay una partida de enanos andando y corriendo por el campo. Por ello, hay poco donde estos elementos puedan destacar. Se vislumbra la grandeza de los decorados en el prólogo, con Erebor y la Montaña Solitaria, pero poco más. Con la música de Howard Shore ocurre lo mismo: apenas hay donde explayarse, sólo el tema de los enanos es nuevo, el resto son sonidos ya conocidos, porque el relato lo exige, que están además demasiado utilizados, porque Jackson se empeña en sobrecargar de música todas las escenas.

Y uno de estos elementos presenta un fallo importante muy visible: los efectos especiales no lucen. Con el tiempo que ha pasado desde la trilogía de los Anillos (diez años) y el presupuesto descomunal del que disponían no es perdonable que los efectos digitales y el acabado de muchos instantes muestren una calidad tan ajustada, tan poco destacable, con momentos puntuales en los que directamente resulta bastante pobretona. Lo único digno de mención es de nuevo Gollum, pero como ocurrió en los episodios precedentes, da la sensación de que echaron ahí todo el dinero y el resto parece inacabado. El diseño de los huargos ha mejorado, pero su recreación digital no. Los orcos digitales se quedan a años luz de los conseguidos con maquillaje (el Rey Trasgo es horrible), el acabado visual de las escenas con mucha digitalización canta sobremanera, sea por los colores falseados, la oscuridad forzada (siempre se hace de noche cuando hay mucho efecto digital que mostrar) o la falta de credibilidad en los movimientos (los enanos digitales son súper ágiles, los reales torpes y lentos). Igualmente, tenemos algunas transiciones mediocres de imagen real a decorado o digital, como cuando huyendo de los trasgos y de la aparición de los elfos los enanos se meten en una cueva: el decorado de la hendidura y la iluminación (juraría que añadida en postproducción) cantan muchísimo. Los efectos especiales deberían ser una herramienta para complementar la narración, cuando se convierten en la narración en sí, sin nada más detrás… pues el resultado es el que vemos aquí: artificio ostentoso sin contenido ni sentimiento.

Y gran parte de la culpa la tiene sin duda Peter Jackson con su pobre forma de rodar, pues sigue siendo incapaz de otorgar a la dirección un estilo fluido, uniforme. Volvemos a encontrar innumerables planos aéreos que saltan a primerísimos planos, y secuencias de batalla que se componen de un plano cerradísimo lleno de caos donde no se ve nada y otro lejano creado digitalmente, sin mostrar visos de planificación, ni escenificación, ni uso sabio del montaje. Como en la anterior trilogía, rueda improvisadamente esperando poder darle forma en postproducción. Las batallas son el momento cumbre de tal desatino y falta de calidad y experiencia, pero hay otros instantes que provocan vergüenza ajena: por ejemplo el concilio de Rivendel… paraos a mirar la escena, está fatalmente construida. No puedo hablar del 3D, que no me interesa, ni de los 48 fotogramas por segundo, que sí prometen bastante.

Sobre los actores, no encuentro figuras que destaquen como lo hicieron algunas en las anteriores partes (Ian Holm, Ian McKellen, Sean Bean). Richard Armitage (Thorin) está bastante bien, mostrando con cierto entusiamos un personaje lleno de rabia y tensión, pero no termina de conseguir una gran interpretación. Ian McKellen (Gandalf) está con el piloto automático puesto (y por cierto, se nota un montón su edad). Ken Stott (Balin) cumple como el único enano secundario con protagonismo. Y dejo para el final a Martin Freeman como Bilbo, a quien considero un actor excelente que aquí está bastante descentrado. Seguramente será por las directrices de Jackson a la hora de abordar el personaje (también es un pésimo director de actores, como demostró en la anterior trilogía), pero la sobreactuación llena de histrionismos y amaneramientos me parece excesiva, con momentos vergonzosos (por ejemplo, cuando recorre la casa temiendo que los enanos no se hayan ido). Y el doblaje como siempre empeora cualquier sensación, porque precisamente la voz peor elegida es la que ponen a Bilbo, mientras que el resto están bastante acertadas.

En lo relativo a la fidelidad hacia la novela sin duda lo es más que El Señor de los Anillos, pero porque El hobbit es muy simple y lo único que hace Jackson es seguir su esquema, añadiendo francamente bien (para lo esperable por este autor) temas de los apéndices. Y Bilbo, Thorin y Gandalf no salen muy mal parados, como decía. Pero de nuevo Jackson sigue pensando que ser fiel significa mencionar cosas que no pintan nada aquí, como Gondolin, Ungoliant o los cinco magos (dos no aparecen nunca, pero los menciona Gandalf, con lo que el espectador podría esperar algo de ellos), en vez de centrarse en perfilar mejor a los personajes y sus aventuras. También hay que recalcar el fallido tono que oscila entre infantil y adulto, que enrarece considerablemente la película y la adaptación: por un lado me alegro de que huyera del excesivo estilo infantil de la novela, pero si lo haces, hazlo por completo, no metas ramalazos absurdos como Radagast y sus animalitos, que desentonan muchísimo.

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
La Comunidad del Anillo (2001)
Las dos torres (2002)
El retorno del rey (2003)
EL HOBBIT
-> Un viaje inesperado (2012)
La desolación de Smaug (2013)
La batalla de los cinco ejércitos (2014)