Mike Oldfield – Tubular Bells
Género: Rock sinfónico
Año: 1973, Virgin
Valoración:
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Precoz y superdotado era Mike Oldfield en el manejo de los instrumentos, grandes ideas tomaban forma en su inquieta mente en aquella adolescencia donde dio sus primeros pasos en la música. Su ópera prima empezó a gestarse bajo el nombre de Opus One, pero cuando estaba cerca de hacerse realidad el nombre derivó al archiconocido Tubular Bells, otorgado obviamente por las campanas en forma de tubo que tañen el momento más apoteósico de la obra. Su innovación era tal que ninguna discográfica se planteó si quiera editar una creación tan alejada de los cánones conocidos. Pero su amigo Richard Branson, con su Virgin recién creada, decidió darle la oportunidad. 1973 fue el año de Tubular Bells, álbum que lanzó en un abrir y cerrar de ojos y de forma internacional la carrera del precoz músico inglés, una de las más prolíficas y renombradas de los músicos del siglo XX. Si bien el joven artista se vio desbordado por la repercusión de la obra y, muy afectado por culpa de su timidez, pasó varios años alejado del público hasta que consiguió superar sus miedos con ayuda psicológica.
Tubular Bells, obra que podría incluirse casi de forma obligatoria en una posible lista de los cinco discos más importantes de la música contemporánea, rompió todo esquema conocido en este arte y ha cautivado al mundo entero durante décadas y generaciones. Siendo el trabajo más representativo de su carrera y dada su repercusión, su concepto revolucionario y la importancia que posee en el legado de la música moderna, me veo felizmente obligado a otorgarle la calificación de obra maestra.
La complejidad del proyecto sobrepasaba todo lo imaginable en la época, así que su grabación resultó una tarea difícil donde la inestimable ayuda de los ingenieros Tom Newman y Simon Heyworth resultó imprescindible. Más de veinte instrumentos distintos interpretados en su gran mayoría por Oldfield, en especial gran variedad de guitarras y teclados, y unos pocos aportes de otros artistas como coros (entre los que cabe mencionar a su hermana Sally), flautas y percusiones conforman esta singular sinfonía rock para la que tuvieron que improvisar y experimentar en las mesas de grabación. A pesar de la tecnología de aquellos años y lo arriesgado de la obra el sonido resultante se presenta como impresionante, si bien es lógico que no sea perfecto: se aprecian bastantes impurezas y algunos instrumentos no están del todo bien definidos; de hecho, Mike nunca estuvo contento con el resultado, hasta el punto de que hace pocos años decidió reconstruirlo (Tubular Bells 2003).
La composición sin embargo denota una soberbia inspiración, plasmada con una madurez y sobriedad nada propias de un artista tan joven, aunque éste ya hubiera hecho algunos pinitos en el género componiendo e interpretando. La estructura de Tubular Bells tiene forma de sinfonía interpretada desde un registro de rock progresivo completamente instrumental (hay coros, pero sin letra) dividida en dos cortes de más de veinte minutos cada uno. Cada parte se compone de segmentos de distinta duración donde la música evoluciona con suavidad o cambia bruscamente pero sin salirse de un motivo general que, sin ser muy concreto ni evocar sensaciones precisas, sí desarrolla ideas musicales afines. Gran parte de las creaciones de Mike Oldfield (especialmente sus obras maestras) se estructuran de esta forma, con temas largos compuestos de partes de distinta densidad y ritmo.
El segmento más conocido y característico de Tubular Bells es su peculiar inicio a piano, una melodía sencilla, llamativa y pegadiza hasta el punto de que se queda remoloneando en nuestra mente, pero que, a pesar de su intrínseca belleza, no es más que un logradísimo ritmo de presentación y acompañamiento en una sinfonía que poco a poco comienza a desplegar toda su gama de sonidos inigualables. El resto de la obra deambula entre cautivadores solos o impresionantes tramos multiinstrumentales de guitarras secundados por el glockenspiel (un tipo de xilófono que utiliza mucho en sus discos) y bajos eléctricos principalmente. La diversidad de sonidos es apabullante, con un dinamismo bestial que lo mismo muestra un instante caótico, una orgía de guitarras, teclados y metales, que una parte llena de paz y sentimientos en plena ebullición a través de cándidas melodías. No hay tramo que se aleje de la inspiración inagotable, pero hay alguno de obligada referencia como los míticos El hombre de las cavernas o la presentación de los instrumentos por parte del denominado Maestro de Ceremonias:
Hacia los dieciocho minutos de la primera parte un grupo de bajos comienza a introducirnos en el momento culminante del álbum, donde Viv Stanshall presenta a los instrumentos que van construyendo pausada y metódicamente el apoteósico segmento que sin duda da título al disco. A medida que los va mencionando estos hacen acto de presencia incrementando las sonoridades paulatinamente hasta que las impresionantes campanas tubulares tañen en la cúspide imaginaria de esta catedral de sonidos. El hombre de las cavernas tiene lugar en la segunda parte, y es un instante de gran rudeza en el que el propio Mike interpreta a gritos al hombre de Piltdown, un falso hallazgo arqueológico que dio bastante que hablar en aquellos años. Secundado por un coro, piano y repentinos golpes de guitarra, es un instante muy curioso que se torna asombroso cuando las guitarras cobran fuerza.
Sin embargo hay muchas partes que me producen escalofríos aun habiendo escuchado el disco en incontables ocasiones, como un fantástico dúo de guitarras (sobre el minuto doce de la primera parte), el largo y melódico inicio de la segunda parte, que cuenta con un precioso piano, o el tramo que viene a continuación, una espectacular orgía de guitarras con intensas percusiones que proporciona un segmento de fuerza sobrecogedora y que termina enlazando de forma magistral con el espeluznante Caveman.
La inesperada repercusión de esta obra magna originó secuelas de diversa índole y un amplio número de representaciones en directo a lo largo de los años. La primera reinterpretación no se hizo esperar, pues dos años después vio la luz The Orchestal Tubular Bells, que como cuyo nombre indica aborda el disco en forma de sinfonía orquestal, ofreciendo resultados poco atractivos. Conciertos donde se ha expuesto alguna de las partes de Tubular Bells o extractos de las mismas ha habido hasta el presente, y probablemente siga habiéndolos durante varios años más. La función que debe ser referenciada por encima de las demás es la de la gira Exposed, que ofrece el mejor directo, sobre todo por su extraordinaria ejecución.
La segunda parte de Tubular Bells Mike Oldfield se la guardó hasta alejarse de Virgin, discográfica que, a pesar de deberle su actual posición (aunque es algo recíproco, por supuesto, que nadie más se atrevió a sacar el disco), tenía al músico inglés muy bien atado con un contrato casi esclavista. Cuando se vio liberado de los deberes con dicha empresa presentó su continuación en los años 90. Le siguieron varias más, pero lo cierto es que ni la regrabación que realizó en 2003 son dignas sucesoras, si exceptuamos el muy recomendable Tubular Bells II. Sólo hay un Tubular Bells original, no se puede reproducir la inquebrantable y atemporal magia de este auténtico clásico.
1. Tubular Bells (Part One) – 25:00
2. Tubular Bells (Part Two) – 23:50
Total: 48:50